*Columna escrita por Carolina Trivelli para Perú21►https://bit.ly/2Li7mf2
La mayoría de los jóvenes rurales, más del 60%, que viven en centros poblados de menos de 2,000 habitantes, y casi un quinto de los jóvenes que viven en ciudades pequeñas (de entre 2 y 50 mil habitantes) declaran al agro como su principal ocupación.
Si bien el agro representa un porcentaje relativamente pequeño de nuestro PBI, es muy importante como empleador y lo es en particular para los jóvenes que viven fuera de las grandes ciudades. Por ello, uno pensaría que cuando al agro le vaya mejor, se abrirán muchas y mejores oportunidades para estos jóvenes. Pero, viendo las cifras de la Encuesta de Hogares de 2017, encontramos que más del 60% de los jóvenes rurales laborando en el agro y cerca de la mitad de aquellos viviendo en ciudades pequeñas, pero que trabajan en la agricultura, lo hacen como trabajador familiar no remunerado. Son peones –gratis– en las chacras de sus parientes.
La cosa es peor para las jóvenes. Con los años, los jóvenes hombres van dejando el trabajo no remunerado para pasar a ser conductores de sus propias explotaciones o van a otras actividades. Las mujeres se quedan en mayor medida en el agro y trabajando sin una remuneración. Para ellas, las oportunidades son menores.
Difícil pensar que ser trabajador no remunerado es una ruta de desarrollo para los jóvenes. Necesitamos un agro que crezca, con más productividad, pero también con mejores condiciones laborales y nuevas oportunidades para los jóvenes, hombres y mujeres. No involucrar a los jóvenes como agentes de cambio para el agro es un error y no tomar en cuenta la forma en que hoy se relacionan –laboralmente– con el agro también. Mucho que hacer.