Texto escrito por Rolando Rojas para el portal Gran Angular ► https://bit.ly/2y1VfQR
Aníbal Quijano, nuestro “sociólogo” más célebre, fue historiador de formación. Estudió en el Instituto de Historia de la Faculta de Letras, en la década de 1950, cuando estaban creándose las especialidades de ciencias sociales en San Marcos. Antes de la fundación de los institutos de Historia, Sociología y Etnología, era la “práctica” en la investigación lo que definía al historiador, sociólogo o antropólogo (Jorge Basadre y Raúl Porras Barrenechea fueron bachilleres y doctores en Letras). De estudiante, Aníbal colaboró con Porras e incluso con Rubén Vargas Ugarte. De este último, le escuché contar anécdotas sobre su afición para “coleccionar” documentos de los archivos, y de Porras Barrenechea sobre su sentido pragmático para la investigación. Cualquiera que haya leído con atención los escritos de Aníbal, percibirá el peso que tenía la reflexión histórica en su pensamiento. Siempre reivindicó que su método era el “análisis histórico-estructural”, a la manera de Marx.
La ambición teórica de Aníbal lo llevó a la sociología, aunque también a la economía. Ya era un versado en teoría sociológica, cuando formalizó su dominio de esta disciplina realizando una maestría en Flacso, sede Chile. Poco antes, se había doctorado con su tesis sobre la “emergencia del grupo cholo en el Perú” (1964), su escrito más antropológico y el que le dio celebridad. Quien esté en este punto ya habrá advertido lo que quiero decir: las categorías disciplinares resultan insuficientes para entender la trayectoria intelectual de Aníbal. Él fue, más bien, un transgresor, un “indisciplinado” de las ciencias sociales. De hecho, los especialistas en su obra, señalan que su aporte más teórico fue “Polo marginal y mano de obra marginal”, texto en el que analiza lo que conocemos como “economía informal”, dentro de las dinámicas del desarrollo del capitalismo global. Quijano observó que la masa creciente de trabajadores desempleados de la segunda mitad del siglo XX, como consecuencia del desarrollo científico-tecnológico, ya no podía ser absorbida por las coyuntas de expansión del capital, por lo que estos desempleados desarrollaban permanentemente actividades “marginales” para sobrevivir.
Pero a diferencia de José Nun, quien prefería emplear la expresión “masa marginal”, Aníbal tipificó a esas actividades como “polo marginal” de la economía, en el sentido que junto a ellas emergieron asociaciones de autogobierno, organizaciones autogestionarias y formas de autoridad local colectiva. En un texto posterior, sugirió que este “polo marginal”, podía convertirse en un “polo alternativo” al capitalismo. Y este es otro punto que deseo resaltar de Aníbal: su constante búsqueda en las propias dinámicas de la sociedad, de las tendencias alternativas a la sociedad capitalista. Se le reprochó muchas veces que exageraba sobre estas posibilidades, pero él siempre respondió que se trataba de tendencias, sobre las que había que optar, y no de victorias adelantadas: “Nada de esto puede ocurrir sin conflictos, sin organización y sin una clara conciencia de las situaciones y tendencias de la realidad, Pero eso es, precisamente, el fondo de la cuestión: la necesidad de optar”.[2] Es la imagen que conservo de Aníbal, bregando siempre por encontrar una alternativa desde la dinámica de la sociedad, desde las prácticas sociales de los subalternos del campo y la ciudad.
Y en esta búsqueda, Aníbal se comprometió orgánicamente. En 1972 fundó el Movimiento Revolucionario Socialista (MRS) y editó la célebre revista Sociedad y Política. El MRS tuvo dos bases populares pequeñas, pero importantes: en Villa El Salvador (VES), con el liderazgo de Apolinario Rojas Obispo; y en el SUTE-Lima, con el maestro Julio Pedro Armacanqui Flores. En Villa El Salvador, Aníbal pronunció el único discurso político que se le conoce, cuando con otras organizaciones de izquierda, el MRS se empeñó en impulsar la Alianza Revolucionaria de Izquierda (ARI) y la candidatura de Hugo Blanco. Aníbal guardó una relación especial con Villa El Salvador, en particular con la experiencia de la Comunidad Urbana Autogestionaria de VES. Recuerdo que para él, era la expresión más decantada de la socialización del poder, de la colectivización de la autoridad política realizada por los trabajadores y los marginales peruanos.
La última etapa de Aníbal es la del pensador de la “colonialidad del poder”. Ya muchos han escrito sobre la importancia de este concepto, por lo que solo voy a llamar la atención sobre la perspectiva histórica con que Aníbal preñó su pensamiento, su análisis de largo plazo: en la conquista de América estaría el inicio del capitalismo, entendido en su dimensión global, de la modernidad y de la colonialidad del poder. Aníbal entendió que el aporte de los metales americanos a la economía europea, la experiencia cultural del Nuevo Mundo para Europa, y la racialización de las subjetividades y la representación del mundo, fueron los fundamentos de un nuevo patrón de poder, que no podía reducirse a las variables dominación/explotación. La consecuencia evidente de esta concepción, que debemos decir que es incompleta y abierta como toda matriz teórica fecunda, fue que la transformación de la sociedad no podía realizarse solamente a partir de una “nueva economía”, sino que era necesaria la descolonización epistemológica en sus varias dimensiones: social, cultural, de género, sexual, etc.
La elaboración de la teoría de la “colonialidad del poder”, que es una reintepretación original de la experiencia de la modernidad capitalista que los historiadores debemos de aprovechar para nuestras reflexiones, no apartó a Aníbal del activismo político, y esta es otra de las cosas que lo definieron: sus estudios eran también una herramienta para comprender y actuar sobre la realidad. Aníbal expuso sus ideas en el Foro Social Mundial, en las Cumbres de los Pueblos, en los congresos indígenas y en cuanto evento era convocado. Así era Aníbal. Un pensador para el cambio social, un pensador de la utopía.
¡Buen viaje, Maestro!