Los historiadores solemos angustiarnos por nuestro puesto en este mundo. Solo algunos intervienen directamente en política, pero la mayoría piensa que tiene alguna responsabilidad con la sociedad en la que vive. Ésta se manifiesta en los temas que elige y la narración que construye sobre ellos. Estas líneas sirven como introducción a la noticia de la muerte en Nueva York del historiador Alfonso Quiroz Norris, el mejor de mi generación. Pobres tiempos los nuestros, los buenos se van pronto.
Pocos como Quiroz tuvieron tan claro el propósito de vida de un historiador. Desde joven trabajó un tema que encontró trascendente. Lo suyo fue la relación entre los grandes grupos económicos y el poder político. No le interesaron las filigranas, sino el lado oscuro de esa relación. De ahí su especialidad en corrupción. Sabía que, con ese tema, en el Perú estaba haciendo patria, así no viviera en ella. Esa ausencia le permitía estar presente y afrontar los riesgos de sus estudios. Más de una vez fue enjuiciado por personas que sintieron que lesionaba su reputación, o la de sus antepasados. Así, le era más cómodo vivir en NYC y escudriñar el Perú desde su seguro observatorio.
Quiroz fue una persona estilo erizo, se ocupó toda la vida de lo mismo. Según una clásica metáfora, que se debe a Isahia Berlin, los erizos se oponen a los zorros, que saben de todo un poco y les gusta revolotear por diversos temas. Aunque, Quiroz también tuvo estudios sobre otros asuntos e incluso sobre países distintos al Perú, sus preguntas siempre fueron similares. ¿Quiénes son los ricos?, ¿cómo han amasado sus fortunas?, ¿en qué las emplean? y, sobre todo, ¿cuál es su relación con el Estado?, ¿acaso han usado del poder para enriquecerse?, en ese caso ¿a quién han pagado sobornos y a cuánto ha ascendido el daño?
En efecto, a Quiroz la pregunta por el ¿cuánto? le importaba mucho. Fue un historiador de la economía y se movía con gran soltura entre cuadros y gráficos. Empleó extensamente estadísticas en sus estudios y tuvo formación a la antigua. No estaba interesado en lo superficial ni en la moda cultural, pertenecía a la vieja escuela de la historia económica. De ella, lamentablemente quedan pocos practicantes, llamados a persistir en tiempos difíciles como el actual, poco afecto a lo exigente y meticuloso.
El buen erizo de Quiroz trabajó un solo tema toda su vida, pero no fue repetitivo y jamás aburrido. ¿Cómo lo logró? Su procedimiento fue la absoluta libertad temporal. No estuvo atado a una época ni tenía “sus años favoritos”, de los cuales muchos no logran salir. Por el contrario, se movió por un amplio horizonte. Tiene estudios ubicados desde la Colonia hasta los siglos republicanos e incluso, a veces, alcanza nuestros días. Siempre en lo mismo, pero infatigable en recorrer nuevos episodios e ir completando un panorama integral.
Esa persistencia le permitió terminar un gran libro sobre la corrupción en el Perú que, lamentablemente, no ha sido traducido al castellano. Publicado el 2008 por la Universidad Johns Hopkins, su último estudio trata sobre los círculos de corrupción en el Estado y el empresariado. La novedad está en el carácter integral del análisis. En efecto, empieza con el virrey Amat y termina con el presidente Fujimori. Recorre 250 años y su conclusión es pesimista. Han sido pocos –poquísimos– los gobiernos honestos, la mayoría alcanzaron elevados niveles de corrupción. Fiel a su estilo, Quiroz va calculando el costo de la corrupción; al final, suma y sostiene que, si esa suma se hubiera gastado de forma limpia, el Perú sería desarrollado en términos relativos, uno de los primeros de Sudamérica.
Nunca escribió para agradar, no le interesaba. Su carácter no era sobón menos áulico. Al contrario, arisco y cálido a la vez, Quiroz fue una personalidad y hasta el final supo cumplir su parte en esta comedia humana. Bebió el cáliz amargo de una larga enfermedad que finalmente acabó con sus días. ¡Vaya que lo extrañaremos, ya lo estamos haciendo!
Fuente: La República (9/1/2013)