Antonio Zapata: Anchovetas y tiburones

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El título de una célebre obra de Carlos Malpica ilustra el conflicto actual entre la ministra de la producción y los grandes empresarios de la Sociedad Nacional de Pesquería. Frente a una evidente disminución de la biomasa de anchoveta, cada parte acusa a la otra de depredar el mar de Grau.

El mar de la costa pacífico sudamericana es muy rico por causas naturales. El recurso no ha sido sembrado por la mano del hombre, sino por la madre naturaleza. Por lo tanto, es de la nación y no de los dueños del negocio. Luego, es renovable, no es igual a la minería. Por lo tanto, el verdadero propietario, es decir la nación representada por el estado, tiene la obligación de preservarlo, evitando una lógica de corto plazo que lo depreda.

La pesca industrial comenzó a mediados de los 1950, por quince años se pescó mucho superándose la cifra de 10 millones de toneladas anuales, el doble de hoy. Ello llevó al colapso comenzando los 1970, cuando gobernaba Velasco. La industria era enorme y dispersa; además, estaba muy endeudada con los bancos. Velasco quiso resolver la crisis con la estatización y fracasó.

El recurso se había agotado por la sobrepesca y la recuperación fue lenta, tardó unos años y luego fue golpeada por el Niño de 1983. En ese momento llegó al mínimo histórico y su retorno tardó hasta fines de los 1980. Afortunadamente, el Imarpe había aprendido a manejar el recurso y logró cuidarlo de mejor manera.

Llegó el Niño de 1998 e Imarpe logró capear el temporal, evitando una catástrofe como la producida en ocasión del Niño anterior. Desde entonces la pesca se ha desarrollado sin problemas, hasta ahora, cuando nuevamente el mar luce depredado.

El mecanismo histórico era una ley de cuotas y vedas, decretadas por el estado. La ventaja de ese sistema era la mayor facilidad para verificar cuánto se pescaba, su desventaja residía en su irracionalidad.

En el sistema anterior, cuando empezaba la veda, nadie salía al mar y la verificación era evidente. Sin embargo, la industria depredaba capital. Al pescarse todo lo que se podía, hasta alcanzar la cuota, entonces todos faenaban lo máximo en el menor tiempo posible.

Por ello, la inversión en capital era intensa y llevaba al endeudamiento con los bancos y a la crisis permanente del sector. Era una paradoja, la pesca es el segundo rubro de las exportaciones y sin embargo, sus actores vivían quebrados y con grandes barcos detenidos en puerto la mayor parte del año.

La capacidad de bodega de la flota peruana alcanzaba para toda la pesca del mundo. Y sin embargo, no salía ni tres meses al año, porque rápidamente alcanzaba la cuota.

Entonces, el gobierno anterior modificó la ley y ahora las licencias son individuales. La cuota se ha repartido entre los grandes pesqueros. Esta norma ha invertido la situación anterior. La rentabilidad del negocio ha mejorado, al reducir la presión a la sobrecapitalización, superando una situación que fue negativa durante décadas.

Pero, ha bajado el control. Antes era visual; nadie se embarcaba y el mar se quedaba tranquilo durante unos meses. Ahora salen a diario, dizque a cumplir con su cuota individual, pero teniendo muchos incentivos y oportunidades para sobrepasarla.

De ese modo, la ministra tiene razón. En cincuenta años el Perú ha tenido dos crisis, una por sobreproducción y la otra por un Niño mal llevado. Si ahora, sin Niño, se presenta una tercera crisis, la causa sólo puede estar en exceso de pesca, máxime si tenemos una nueva ley que dificulta el control.

El problema es que durante el gobierno anterior las cuotas se asignaron a los propietarios de grandes embarcaciones en función a su volumen. El grande quedó consagrado y actúa como dueño del mar.

Mientras que, en otros países no se ha permitido que se forme una oligarquía pesquera. Para ello, se licitan anualmente las licencias individuales en una subasta y participan todos, grandes y chicos. El estado sigue siendo el dueño y licita en función a tributos y oportunidades para todos.

Fuente: La República (27/03/2013)