Los gobiernos de coalición suelen verse sacudidos por crisis sociales que conducen a tensiones internas. Como están armados a paso ligero y representan tendencias distintas, carecen de consistencia interior. Además, en el país no poseemos cultura política democrática y los actores siempre juegan a destruir al otro, nunca piensan que el triunfo de quien ahora está arriba podría ser compartido por todos. Así, frecuentemente el juego político es suma cero y nadie aporta, el resultado es empate con tendencia a perdedor.
Por ello, las coaliciones son frágiles y se ven sacudidas con casos como Conga y sus repercusiones políticas. Sobre el punto, al interior del gobierno coexisten posturas disímiles, imposibles de obviar. Asimismo, los analistas de derecha vienen pidiendo represión de una manera apenas camuflada, diciendo que ha llegado la hora de purgar al gobierno de indeseables izquierdistas, “enemigos de la inversión”.
Ahora bien, si se escucha a los izquierdistas que no han entrado al gobierno, aunque apoyaron su campaña, entonces también parece haber llegado el momento de la confrontación decisiva. El tono de los discursos en el Congreso de la CGTP es un indicador de elevada beligerancia, ratificada por el presidente del gobierno regional de Cajamarca, que hace propaganda también en Piura y Lambayeque.
Sin embargo, quizá ambas partes están yendo demasiado lejos en su apreciación. Otra característica de las coaliciones es su resilencia, su capacidad para pasar por varias pruebas y reinventarse. Ya que son fluidas, depende cómo se acomoda el personal político. Entonces podríamos estar ante una confrontación menos decisiva de lo que Conga presagia y quedar relativamente indemne la promesa gubernamental.
Pero, incluso en esa situación, las dificultades políticas de las izquierdas son de hondas dimensiones. En efecto, buena parte de sus líderes históricos están presentes tanto en organismos del Ejecutivo, como también del Congreso. Por lo tanto, podrán estar en desacuerdo con la línea adoptada por el presidente para el caso Conga, pero ante la opinión pública están comprometidos con Ollanta Humala y el rumbo de su gobierno. Por lo tanto, no saben cómo acomodarse y se observa crispación.
Por otro lado, los impacientes creen que todas las batallas son definitivas. Por ello, viven al borde del Rubicón, sin oír a la otra parte ni abrir puertas de negociación; van al combate sin segunda opción. No hay cultura del punto intermedio y se prefiere la disputa, como si fuera una actitud más franca y directa.
Ante la primera fase de las coaliciones, la salida no consiste en venderse ni tampoco dejar el pellejo en cada batalla, sino en un viejo consejo del marxismo de ayer; es decir, el apoyo crítico. Se trata de construir autonomía organizativa, mientras se apoyan algunas medidas y se critica otras. La actitud psicológica es no desesperar, ni creer que toda lucha precipita la crisis final. Por el contrario, poner por delante objetivos intermedios y aceptar plazos mediatos, sabiendo que las coaliciones deben durar y que una ruptura prematura significa pérdida para todas las partes.
Lamentablemente, hoy en el Perú, las izquierdas carecen de lo básico: organización autónoma y/o legitimidad para convocarla. Además, los viejos líderes están pasados de moda y salvo Javier Diez Canseco no manejan las redes sociales que son el canal de comunicación de los indignados del planeta.
Un partido de trabajadores podría funcionar, si es concebido abierto y moderno, podría calzar con el temperamento del país. Asimismo, convendría vivir cada día por separado, sin dramatizar con el fin de los tiempos. Desarrollar acuerdos y expresar discrepancias es parte de la tolerancia.
Fuente: La República (23/11/2011)