La batalla de Arica marcó la derrota definitiva del ejército peruano del sur y consumó la amputación territorial del país. Para aquel entonces, ya estábamos perdidos: el mar era chileno, Grau estaba muerto, la invasión terrestre se había impuesto y el país venía de perder el departamento de Tarapacá. El verdadero objetivo económico de la guerra –la riqueza salitrera– pasó a alimentar la máquina de guerra de Chile. El salitre peruano y boliviano fue puesto al servicio de la empresa de conquista. Por su parte, los mercados internacionales funcionaban a pleno vapor, transformando el caliche en pólvora, que se abatiría sobre los últimos soldados del Perú.
Peor aún, en Tacna pocos días atrás, se había consumando la derrota del ejército aliado peruano-boliviano. En síntesis, ya se había perdido el territorio en disputa e incluso había desaparecido el ejército de línea. Cuando Bolognesi y su junta de oficiales rechazan la oferta de rendición con honores, al Perú ya no le quedaban esperanzas de victoria. Cabe preguntarse por qué esa junta adoptó una decisión que –mirada desde fuera– puede parecer poco racional y, sin embargo, es de tanto significado en la historia nacional.
Francisco Bolognesi dirigió varias comunicaciones al exterior cuando ya estaba encerrado por mar y tierra. Fueron mensajeros que cruzaron las líneas enemigas y llevaron cartas que se han conservado. Varias de ellas, llevan la famosa frase “apure Leiva”, que revelan cómo en Arica aún había una loca esperanza.
Pero otra comunicación dirigida al contralmirante Lizardo Montero revela el verdadero pensamiento de Bolognesi. Dice el héroe que se sostendrá hasta el final porque todo el Perú está en vilo mirando a la guarnición de Arica. Sabía que se estaba formando la opinión pública y educándose el carácter nacional. Después de la guerra nada será igual y el trauma de los cañones anuncia el modo de ser de las naciones. Bolognesi quiso intervenir decididamente en esa educación.
Su aporte fue reforzar el prototipo de héroe peruano de aquella infausta guerra. Grau había marcado el camino y Bolognesi quiso ser una nueva vuelta de tuerca. Eran guerreros que sabían su destino y entraban a la batalla sin miedo, listos para entregar la vida por una causa que consideraban sublime: su noción de patria.
De este modo, Francisco Bolognesi contribuyó decisivamente a definir un rasgo de nuestro carácter como nación. Ese ideal resalta el honor de luchar hasta el fin sin importar la condición de inferioridad. Bolognesi lo encarna sin duda alguna; su enemigo terrestre multiplicaba su fuerza y asimismo estaba rodeado por mar; toda la orgullosa escuadra chilena había confluido para batir a las defensas de tierra. No obstante estar artillado, el morro era débil en comparación al poder de fuego de la armada enemiga. Pero no importaba. El Perú lo estaba mirando y él debía ofrecer una lección. Un mensaje que estaba dirigido a todos nosotros y que buscaba formarnos como comunidad.
Manuel González Prada lo plantea claramente en el discurso del Politeama, donde sostiene que la generación del guano perdió la guerra al despilfarrar las riquezas naturales por sensualidad, egoísmo e irresponsabilidad. Esa generación estaría eternamente condenada si no fuera por dos de sus hijos: Grau y Bolognesi, que a juicio del escritor radical que fue González Prada, salvaron al Perú porque rescataron su autoestima. Le dieron sentido y justificaron su existencia.
De acuerdo con González Prada, no tendríamos derecho a llamarnos patria, si no fuera por esa multitud de peruanos y peruanas que, a la hora de la guerra con Chile, supieron ofrecer la vida por valores colectivos que nos hermanan como comunidad nacional.
Fuente: La República (30/06/2010)