La historia escolar normalmente ofrece una información muy confusa sobre la batalla de Junín. Poco se conoce, aparte de que fue a sablazos y de que se ganó gracias a la intervención de Andrés Rázuri. Pero la bibliografía reciente e incluso la tradicional parten de una narración notablemente distinta al saber común que tenemos en el país.
Para empezar, la coyuntura política, que cambió bruscamente y fue bien aprovechada por Simón Bolívar. En España hubo un golpe de Estado absolutista en 1823 y el rey Fernando VII restableció sus fueros, aboliendo por segunda vez la Constitución liberal de Cádiz. La noticia provocó una profunda división de las fuerzas realistas en el Perú. Por su parte, estas se habían fortalecido en la sierra central y sur, además de la actual Bolivia. La vanguardia realista aún combatía por el norte argentino y con el virrey establecido en el Cusco controlaban el corazón andino del continente.
Pero en el Alto Perú se sublevó el general Pedro Olañeta, quien era un obstinado absolutista y detestaba al virrey La Serna, quien era partidario de los liberales. El levantamiento de Olañeta obligó al virrey a contenerlo con una división acantonada en Puno. Entre los sublevados y las fuerzas de contención, el ejército realista se redujo en 5.000 hombres y sus efectivos se igualaron a las fuerzas disponibles por los patriotas.
Así, ambos ejércitos quedaron con aproximadamente 10.000 hombres de infantería y unos 1.000 de caballería. Pero las fuerzas del virrey estaban divididas entre quienes estaban alrededor de su última capital, el Cusco, y los que guarecían la sierra central. Bolívar detectó a tiempo la debilidad de los realistas y decidió aprovechar su oportunidad.
Por su parte, los patriotas se habían reorganizado en 1823 después de dolorosos enfrentamientos internos. El primer conflicto de los colombianos en el Perú fue con el presidente Riva Agüero, quien fue destituido y, acusado de negociar con el virrey, había sido deportado. Luego, Bolívar se enfrentó a la aristocracia limeña y fusiló a uno de los suyos, Berindoaga.
En medio de una grave crisis, el segundo presidente, Bernardo de Torre Tagle, se pasó al bando realista y con parte de la nobleza colonial se asiló en los castillos del Callao, al mando del general Rodil; allí moriría, reconvertido a favor del Rey. El campo patriota se había desangrado y vuelto a renacer durante 1823. La reorganización fue liderada por el liberal radical José Faustino Sánchez Carrión, quien con decisión salvó la república.
Bolívar subió a la sierra central y encontró a Canterac, que comandaba a los realistas en los alrededores del lago Junín. El ejército del Rey estaba retrocediendo y sus infantes caminaban adelante. Mientras que los patriotas avanzaban y sus caballos trataban de alcanzar al enemigo. En la tarde del 6 de junio, ambas caballerías fueron al choque.
Canterac inició el ataque arrollando a los patriotas, cuyo jefe, el general argentino Mariano Necochea, cayó herido e incluso fue hecho prisionero. Pero, cuando la batalla no había concluido, cargó la reserva patriota, integrada por los Húsares del Perú, luego llamados de Junín, y cambió el curso de la lucha.
El enfrentamiento tardó apenas una hora, no se disparó un tiro, fue una de las últimas batallas de la historia peleadas íntegramente con arma blanca. Quien estaba al mando de los Húsares del Perú era el coronel Isidoro Suárez, bisabuelo del escritor Jorge Luis Borges, quien lo evoca en numerosos textos y poemas.
Por su parte, Bolívar retrocedió a apurar a la infantería y cuando llegó al campo todo estaba consumado. Como tantas veces en el Perú, se ganó sin mando supremo, simplemente porque en el terreno cada quien cumplió con su deber.
Fuente: Diario La República