Cien años atrás, el Congreso eligió a Guillermo Billinghurst como presidente del Perú. Su mandato fue breve, porque fue derrocado 17 meses después, en febrero de 1914. Su gobierno no había nacido de las urnas, sino de un acto del Congreso; al enfrentarse a éste perdió legitimidad y las clases altas se unieron para derribarlo a través del entonces coronel Óscar R. Benavides.
Durante su gobierno, adoptó las primeras medidas favorables a las clases trabajadoras y tuvo el apoyo de los mutualistas, una de las corrientes del movimiento popular de entonces. Una tesis de Miguel Rodríguez, presentada en Historia de la Villarreal, aclara cómo los anarcosindicalistas no fueron el soporte de Billinghurst, sino los mutualistas, especializados en la negociación en la esfera legal.
El caso es que Billinghurst concedió una de las principales demandas populares, la jornada de ocho horas, aunque limitada a los trabajadores portuarios, mujeres y niños. Otras iniciativas legales para proteger derechos laborales han llevado a interpretar su gobierno como el primer populismo peruano, anterior al surgimiento del APRA en los treinta. El autor de esa tesis es el sociólogo Osmar Gonzales, quien ha desarrollado el concepto del proto-populismo de Billinghurst.
Había llegado al poder en circunstancias extraordinarias, porque las elecciones de 1912 fueron singulares. Terminaba el primer período de Augusto B. Leguía, quien había dividido al viejo Partido Civilista. Los pragmáticos rodeaban al presidente y se jugaron contra el candidato oficial del partido, nacido del otro grupo interno, los tradicionales. El candidato fue Ántero Aspíllaga, quien era un terrateniente del azúcar, dueño de Cayaltí. Su popularidad era reducida y despertó escasa simpatía entre los electores.
Sin embargo, el tiempo para inscribir postulantes al sillón presidencial se pasó entre dudas sobre cómo elegir un candidato único opositor. Cuando parecía que todo estaba consumado en favor de Aspíllaga, se lanzó Billinghurst al ruedo. Ya era tarde, pero igual hizo campaña y fue espectacular. La piscina estaba llena y desde el inicio despertó intenso calor popular.
El escritor Abraham Valdelomar fue el creativo de la campaña billinghurista y construyó una imagen célebre que lo llevó al éxito. Billinghurst fue conocido como “pan grande y barato”, puesto que si triunfaba la vida sería cómoda, mientras que su oponente era identificado como “pan chico y caro”. Las multitudes desfilaban portando panes grandes, como promesa de un primer gobierno que atendería los intereses de los de abajo.
El día de las elecciones, un paro general las impidió y al no reunirse el quórum se anularon. Así, Aspíllaga es el único candidato único que ha perdido una elección. En esa crítica coyuntura, el Congreso eligió a Billinghurst y su gobierno nació prestado.
Durante su mandato, Billinghurst se enfrentó a la oligarquía y perdió, pero se mantuvo en su ley, no cedió. Además, algunas de sus medidas fueron desacertadas, sobre todo en política exterior, comprometiendo su liderazgo sobre las Fuerzas Armadas.
Al ser derrocado, volvió a su provincia natal que era Tarapacá, la cual ya había sido cedida a perpetuidad por el Tratado de Ancón. Billinghurst había peleado la guerra y defendido hasta el fin el Morro Solar en Chorrillos. Pero, no fue antichileno. Por el contrario, mantuvo intereses en negocios salitreros durante la etapa peruana de Tarapacá y los siguió desarrollando cuando su provincia pasó a manos de Chile.
En ese sentido, el primer populista fue muy regionalista. Nacido en medio del salitre, se desarrolló como exitoso empresario; fue el millonario peruano prototípico de la exportación salitrera. Su apego a su provincia fue extraordinario y allí se fue a morir cuando lo echaron de Palacio. Por ello, una de las mejores biografías de nuestro presidente se debe al historiador del norte chileno, Sergio González, quien interpreta a Billinghurst como un regionalista en dos naciones.
Fuente: La República