Antonio Zapata: «Carlos Marx»

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Se han cumplido 130 años de la muerte de Marx y los homenajes han sido moderados. Durante el auge del neoliberalismo hubieran sido mínimos. Pero, después de la crisis del 2008, nuevamente fue valorado, esta vez como teórico de las fallas del capitalismo. Su propuesta sintetizaba tres tradiciones intelectuales, que dieron origen a políticas muy diferentes.

La primera concepción rechazaba violentamente la desigualdad y era partidaria de una nivelación absoluta de la riqueza. Se remonta a François Babeuf y la “conspiración de los iguales”, durante la Revolución Francesa. Apela al sentimiento igualitario que siempre ha existido entre los pobres. Esta corriente ha inspirado el radicalismo, desde Mao hasta Sendero.

En segundo lugar se halla una versión romántica que acompañó la política del siglo XIX, cuando nació el socialismo. Inclusive, el Marx joven fue un entusiasta de este segundo acercamiento al socialismo. Por ejemplo, su primer texto, Los manuscritos económico-filosóficos, pertenece a su período idealista, cuando soñaba en la autoemancipación del trabajo.

Antes de Marx, en una línea de pensamiento similar se encontró Charles Fourier, el inventor de los falansterios, quien expresó el socialismo del artista y no necesariamente de la pobreza, como en la primera tradición. Fourier quiso encontrar la libertad absoluta del ser humano, sin limitarla al dueño del dinero, sino buscando su extensión a los trabajadores. El socialismo era liberalismo sin hipocresía. En ese sentido, Marx sostuvo que se podría ser “pescador en la mañana, cazador en la tarde y filósofo en la noche”. Esta corriente inspiró la socialdemocracia y los esfuerzos por congeniar socialismo y libertad.

Una tercera tradición se consolidó durante la edad madura de Marx, propugnando una utopía industrialista. Al igual que las dos anteriores, había existido antes de Marx, que la había sintetizado en su propia versión. El inspirador fue Saint Simon, el profeta de la planificación socialista. Según su opinión, era necesario eliminar las consecuencias negativas de la propiedad privada. El poder debía estar en manos de sabios, puesto que el proceso productivo debía ser racional, si quería satisfacer los verdaderos intereses de la humanidad.

En los últimos años de su vida, el mismo Marx desarrolló esta veta industrialista del socialismo. Su argumento fue una sofisticación del planteamiento de Saint Simon. De acuerdo al autor de El capital, la propiedad privada implica el mercado, que periódicamente es estremecido por crisis de sobreproducción ya que la economía es ciega. El empresario ignora al consumidor y sus necesidades, desatando con otros fabricantes una desenfrenada competencia por la ganancia. Así, el capitalista satura el mercado, abriendo una temporada de destrucción de fuerzas productivas.

El sentido de este tercer socialismo era evitar las crisis logrando un crecimiento industrial imparable. En contraposición a la naturaleza anárquica del mercado, el socialismo era científico. Para implementarlo, se requería una comisión de planeamiento, integrada por marxistas versados. Ese grupo tomaría las decisiones asumiendo el poder, concebido como el ejercicio de la política por un partido único, integrado por los poseedores de la verdad científica.

Esta corriente se hizo fuerte en la Unión Soviética como consecuencia del reto de construir el socialismo en un país atrasado, como era la Rusia de los bolcheviques. El desarrollismo fue el marxismo del comunismo triunfante y definió sus parámetros. Los partidos comunistas latinoamericanos fueron hijos de esta concepción. Por ello, eran partidarios de la vía pacífica al socialismo, creyendo que la URSS se impondría en la competencia por el desarrollo industrial.

Así, las tres fuentes del marxismo dieron origen a tres políticas: radical, liberal y desarrollista. La tercera cayó con la URSS y las otras dos han sobrevivido. El futuro dirá si logran recapturar la imaginación política de las próximas generaciones.

Fuente: La República (23/10/2013)