La semana pasada, Fernando Belaunde hubiera cumplido cien años, motivo suficiente para un conjunto de artículos celebratorios en la prensa nacional, bien merecidos por cierto, puesto que se trata de uno de los políticos fundamentales del Perú moderno.
Como muchos compatriotas de primer nivel fue una personalidad compleja; tuvo virtudes y defectos, grandes éxitos y sonoros fracasos lo acompañaron en su vida política. El Perú crea este tipo de líderes; nuestros grandes no están acostumbrados a la consistencia, lo propio suele ser la complejidad que acompañó a FBT.
Comenzó su carrera como arquitecto, evidenciando notable capacidad de convocatoria, porque publicó por varias décadas una revista especializada, donde escribió todo aquél que tuviera algo que decir sobre urbanización. Luego, fue diputado por el Frente Democrático Nacional y uno de los firmes partidarios del presidente Bustamante. Durante la dictadura de Odría invernó en la Universidad de Ingeniería, donde fue profesor y decano de Arquitectura.
En las presidenciales de 1956 fue lanzado por el Frente de Juventudes, que se encontró con un candidato de polendas. Tenía olfato político, que le permitía posicionarse, llevando siempre agua para su molino. A la vez, lo acompañó un sentido innato por la parte teatral de la acción política y sabía actuar en el escenario. Su talento por la pose proyectó su imagen de líder carismático.
A continuación, tuvo tino y fundó un partido político. Entendió que para actuar en política necesitaba una herramienta y organizó Acción Popular. Careció de los grandes aparatos ideológicos del aprismo y del comunismo, incluso la democracia cristiana tenía mayor vuelo doctrinario, pero AP disponía de un aire progresista y moderno, que encajaba con las nuevas clases medias empresariales y profesionales, aspirantes a remplazar a la vieja oligarquía.
Llegó al gobierno en 1963 y su primer mandato terminó mal; era mejor candidato que gobernante. Aunque tuvo grandes obras materiales, el recuerdo que dejó fue desorden y algunos malos manejos. En buena medida, el caos era causado por la oposición APRA-UNO, que gobernaba el Congreso y llegó a censurar más de cien ministros. La gobernabilidad era baja, porque la lucha entre poderes del estado había llegado al frenesí. En medio de esa pugna, se sucedió una traumática devaluación del sol y un cuestionado arreglo con la IPC. Ahí tuvo su oportunidad el general Velasco, que derrocó al arquitecto.
La reaparición de FBT en 1980 fue espectacular. Nadie lo esperaba y ganó las presidenciales, aprovechando con sagacidad el sentimiento de solidaridad con la víctima, que es muy extendido en el pueblo peruano. Esa emoción colectiva lo proyectó al triunfo, que fue arrollador. Su segundo mandato padeció los mismos problemas que el primero. Sus obras materiales se vieron opacadas por el terrorismo y la crisis económica. Perdió manejo, tanto de la esfera política como de la económica, y al final de su segundo mandato, AP apenas pudo superar la valla electoral.
Los años finales de FBT fueron trascendentes, porque se enfrentó a Fujimori en defensa de las libertades. Le parecía indigno que un hijo de migrantes asiáticos pisoteara las instituciones nacionales. En su actitud había algo de aristócrata y otro tanto de demócrata. Escondida bajo el manto republicano aparecía una chaqueta de rancia nobleza.
Lamentablemente se ha escrito poco sobre Belaunde. Entre las últimas publicaciones cabe mencionar una biografía política en tres tomos escrita por el abogado Carlos Cabieses, quien fue senador en los dos gobiernos del arquitecto. Es el relato de un partidario, que defiende a su líder a capa y espada. Pero, sustenta sus afirmaciones con mucha información empírica y numerosas anécdotas personales, propias de quien tuvo ocasión de estar presente y ver los hechos.
Son las memorias de un veterano que apasionadamente transmite una época, a través de vivencias y relatos tras bambalinas. Al cumplir cien años, FBT ha encontrado su cronista.
Fuente: La República (17/10/2012)