La estrecha asociación entre el presidente Ollanta Humala y su esposa Nadine Heredia viene motivando una reflexión sobre la mujer moderna frente al poder. Ante ella, se registra cierta curiosidad periodística por la historia de las primeras damas. Por ejemplo, Fernando Rospigliosi escribe en La República que el poder de Nadine Heredia no registra antecedente en la historia reciente del país.
Pero, bastante más atrás, en los albores de la república, se encuentra a Francisca Zubiaga, llamada la Mariscala, que fue la primera esposa de un presidente (Gamarra) en obtener reconocimiento individual y gozar de un enorme peso político. Pertenece a otra época y su vida no puede servir como antecedente directo de nuestro tiempo. En realidad, la Mariscala es la versión peruana de un arquetipo de la emancipación Latinoamericana: la mujer soldado dedicada a la vida política. Sobre ella y sin buscar extrapolaciones anacrónicas, se puede relatar lo siguiente.
Concedió una entrevista en vida y nada menos que a Flora Tristán, quien narró el encuentro en el último capítulo de su célebre libro Peregrinaciones de una paria. Doña Pancha recuerda su vestimenta cotidiana durante los años de lucha política. Vestía con botas, pantalón de paño tosco, blusa blanca y chaqueta bordada de oro. Para el frío, contaba con un abrigo grueso y elegante que había heredado de su padre, un militar español.
Pero, a la vez, usaba vestidos femeninos europeos muy escotados; sedas, encajes y zapatos de raso blanco. Sortijas en todos los dedos y un collar de perlas resaltaban el ideal femenino de belleza de la época. Según el concepto de la Mariscala, había sabido conservar la gracia y actuado en política moviendo la mano de los hombres.
Ante esta revelación, Flora Tristán se fastidia y la interroga con firmeza, preguntándole si había cedido, si acaso había sido juguete de las pasiones masculinas por el poder. Francisca Zubiaga reacciona torciéndole fuertemente la mano y explicando que, al contrario, ella había sido vencida y marchaba al exilio por una razón concreta, el orgullo personal. Según su parecer, su independencia de criterio le había impedido someterse al designio de quienes habían sido gobernados por ella y la habían traicionado.
Flora la describe como dueña de una voz seca e imperiosa, gruesa de contextura y mirada penetrante. La compara con Napoleón, sosteniendo que su belleza residía en sus ojos de águila. Tenía una presencia imponente. Aun habiendo perdido el poder y embarcada rumbo al exilio, bastaba su aparición en cubierta para que surgiera un toldo y todos se alejaran reverenciosos, dejándola conversar a solas con la escritora francoperuana.
La Mariscala estaba enferma y le quedaba poco tiempo de vida. Consciente de su situación, evaluaba ocho años de lucha política en la república temprana. Sostenía que el poder era un humo embriagador. Era una nube etérea que no se podía asir y su forma siempre era incierta. Así, la carrera política era correr detrás de una entidad inmaterial. Intuía su desaparición, porque sostuvo que ya no podía vivir sin ese humo, que moriría asfixiada.
El poder fue la meta de su vida y el cuartel el medio donde se desenvolvió. En ocasiones había vestido uniforme y participado personalmente en batallas, de ahí su apelativo de “Mariscala”. Ese prototipo se extendió en esa época extraordinariamente revuelta que fue la Emancipación. Manuela Sáenz acompañando a Bolívar era el modelo primordial. En el caso de Francisca Zubiaga, su transgresión fue profunda, rompiendo con una prohibición ancestral que separa a la mujer de los asuntos de guerra. Por ello, encarnó un modelo que ha encandilado a muchos creadores y literatos.
Con el título de “La Mariscala” se halla un ensayo de Abraham Valdelomar, quien lo escribió siendo joven y bajo la influencia de José de la Riva Agüero. Posteriormente esta obra tomó la forma de una pieza de teatro, colaborando con José Carlos Mariátegui. Ambos firman como el Conde de Lemos y Juan Croniqueur.
Fuente: La República