Sobre la independencia nacional circulan ampliamente dos ideas equivocadas. Primera, que el Perú fue el último país latinoamericano en liberarse. Segunda, que en esta coyuntura Lima adoptó una postura reaccionaria. Conviene hacer una precisión porque ambas ideas, además de erróneas, son negativas para la autoestima nacional.
En realidad, una serie de países se liberaron después que el Perú. Por ejemplo, México se emancipó en setiembre de 1821, cuando Agustín de Itúrbide, cambiándose de bando, inauguró el breve imperio mexicano, que constituye su ruptura efectiva con España. Es el mismo caso de Brasil, que se proclamó independiente recién en 1822, cuando Pedro se negó a retornar al Portugal, consumando la emancipación de la ex colonia lusitana.
No son los únicos casos, tanto Bolivia como el Ecuador son posteriores al Perú independiente. Bolivia adquirió su libertad en 1825, después de la batalla de Ayacucho, al derrumbarse el ejército de Olañeta, que era la última tropa realista de América del Sur. Por su parte, Quito quedó libre después de la batalla de Pichincha, que ocurrió en mayo de 1822. Incluso, un batallón peruano participó del bando patriota en esa batalla, estaba al mando de Santa Cruz y se puso a órdenes de Bolívar.
Así, el Perú no es el último, ya que se halla delante de Brasil. México, Ecuador y Bolivia. Pero, salvo Brasil, todos estos países ya festejaron su bicentenario. Sucede que han celebrado el primer grito de independencia en sus tierras, pero no la consumación de su lucha emancipadora. Nosotros celebramos el final y ellos el comienzo; por eso parece que estamos muy retrasados, pero no es cierto.
Por otro lado, frecuentemente se dice que Lima fue reaccionaria y que se mantuvo leal a España, mientras todo el resto se levantaba. Tampoco es completamente cierto. En realidad, la emancipación empezó cuando Napoleón invadió España imponiendo a su hermano José Bonaparte. Las ciudades españolas comenzaron una lucha por su propia independencia contra los invasores franceses. En ese momento, las ciudades formaron Juntas que llamaron a Cortes y se convocó un Congreso Constituyente, que posteriormente aprobó la Constitución de Cádiz.
Pues bien, en toda América hubo elecciones y los diputados peruanos fueron una bancada muy activa. En estrecha coordinación con los mexicanos, los congresistas peruanos buscaron reformar las relaciones entre España y el Nuevo Mundo. Fueron liberales, quisieron la participación proporcional a la población en el Congreso español. No deseaban separarse, porque les parecía que era convertirse en cabeza de ratón.
Por el contrario, buscaron cogobernar España. No sólo propusieron, sino que dieron pasos en esa dirección. El limeño Morales Duárez llegó a presidir el parlamento español, mientras que otro limeño, Baquíjano y Carrillo, era miembro del Consejo de Regencia, que gobernaba en nombre de Fernando, el rey preso de Napoleón.
Así, los nuestros participaron tanto del legislativo como del ejecutivo español. Es cierto que, en 1809-10, cuando la guerra de emancipación comenzó en Latinoamérica, el temperamento político en Lima no era independentista. Pero, tampoco era reaccionario ni absolutista. Lo suyo era la reforma, igualarse a los peninsulares y avanzar su influencia en el Imperio.
Estos planes dieron sentido a la apuesta política de los criollos del Perú en la década de 1810. Si perdieron fue a causa de la escena internacional. Napoleón fue derrotado y Fernando VII restableció el absolutismo; los liberales fueron a prisión y los congresistas latinoamericanos quedaron marginales.
Por ello, deberíamos enderezar el saber común, que expresa una depresiva memoria nacional.
Fuente: La República (28/07/2010)