Con ese título sardónico fue conocido Manuel A. Odría, aludiendo a su afición por la fiesta, la música y comida peruanas. En estos días se cumple el 65 aniversario de su golpe de Estado contra el presidente José Luis Bustamante y Rivero, quien fue derrocado y enviado al exilio.
Con ello se iniciaron ocho años de gobierno autoritario conocidos en la historia política como el “ochenio”.
Su lema fue “Salud, Educación y Trabajo”, buscando posicionarse como campeón de los servicios sociales básicos. Otra de sus consignas era “Hechos y no Palabras”, inaugurando el llamado al pragmatismo y al gobierno de técnicos que ejecuten, a diferencia de políticos especialistas en hablar. Su gobierno fue de derechas y constituyó un paraíso para la vieja oligarquía. Aunque tuvo sentido social y popularidad entre el pueblo, gracias a numerosas obras como colegios, hospitales y edificios públicos.
Sobre los años de Odría, últimamente ha aparecido una novela escrita por Raúl Tola, que relata la historia de una familia ítalo-peruana. El momento cumbre de la trama ocurre en 1954, cuando el general Zenón Noriega se volteó e intentó derrocar a su entonces leal amigo, el presidente Odría. Los personajes están bien contextualizados y se evidencia el poder del jefe de los servicios de espionaje del régimen, el siniestro Esparza Zañartu, antecedente de Vladimiro Montesinos.
Por otro lado, la PUCP ha adquirido un archivo bastante completo del general Odría. Gracias a lo cual, la universidad alberga un conjunto de documentos, entre los que destaca el expediente del crimen Graña, quien era un hombre de negocios y dueño del diario La Prensa, víctima mortal de un atentado en enero de 1947. El principal sospechoso fue el APRA y finalmente el Poder Judicial acusó y condenó a tres militantes del Partido del Pueblo.
Luego del crimen, el presidente Bustamante cambió de gabinete y nombró un Consejo de Ministros completamente militar, donde apareció Odría en la política como ministro de Gobierno. El novel ministro manejó el caso, trayendo a un famoso policía extranjero para que apoye su hipótesis y controlando todos los hilos. La evidencia de la intervención del poder político en este caso judicial se halla en la simple presencia del expediente en el archivo de Odría, quien en tanto miembro del Ejecutivo, en principio no tenía vela en ese entierro.
Otro legajo clave lleva a la señora María Delgado de Odría, una persona clave en el régimen. Como primera dama, ella definió un estilo que luego muchas han intentado emular. Organizó la asistencia social gubernamental y es la verdadera creadora de los programas sociales, concebidos en esa época como una obra exclusivamente filantrópica. Pero, con profundo sentido político, porque fue la base del intenso clientelismo que tanto beneficio le trajo al general Odría.
El general presidente fue un gobernante autoritario que supo ganar adhesiones prolongadas en sectores populares, combinando el garrote y la zanahoria. Esta última, en tiempo de su marido, era manejada por la señora María. Hacia el final de su mandato, Odría concedió el voto a la mujer y ganó un puesto en la historia, que en alguna medida se debe al interés de su esposa por la política. Luego, ella fue candidata contra Luis Bedoya y perdió la alcaldía de Lima. Pero, en esa campaña municipal consolidó su figura como gran bonachona del país.
En los años sesenta, “el general de la alegría” pactó con sus enemigos de antaño, los apristas. Esa coalición le hizo la vida imposible al primer Belaunde, pero era el ocaso, Odría no volvió a la palestra y murió solitario durante los años de Velasco.
Su única buena biografía es obra de la historiadora Margarita Guerra, quien lo retrata como un político dueño de varios sombreros. Por un lado, dictatorial en lo político y liberal en lo económico, pero también populista y practicante de un extenso clientelismo. Así, Odría encarnó contradicciones y paradojas, como tantos personajes de nuestra historia.
Fuente: La República (30/10/2013)