En un artículo anterior sostuve que la minería es importante para la economía nacional y, como consecuencia, he recibido variadas críticas de buenos amigos que militan en la llamada “izquierda verde”.
En esta ocasión, quiero argumentar que además del capital convendría pensar en los obreros mineros y en la fuerza de trabajo vinculada a labores extractivas. ¿Qué se haría con ellos si cerrara esta actividad?
En primer lugar, sucede que los mineros fueron los primeros trabajadores modernos en la historia nacional.
En la época colonial, cuando solamente existía trabajo compulsivo, el régimen del trabajo asalariado se formó en las minas. En el siglo XVIII, en Cerro de Pasco y otros yacimientos comenzó la constitución del proletariado peruano.
Después de la llegada del imperialismo, a finales del XIX, los mineros fueron un componente clave de la temprana organización del sindicalismo. Basta leer a Mariátegui para descubrir la importancia de la minería en el nacimiento del socialismo. Asimismo, los petroleros fueron otro sector crucial de la formación de la clase obrera.
Si se concretara la utopía que se escucha como sentido común en la izquierda verde, ¿dónde quedaría esta tradición? ¿Nos olvidaríamos de los obreros y de los sindicatos de las industrias extractivas? ¿Los liquidaríamos sin más? ¿Cuáles serían las fuerzas sociales alternativas que sostendrían nuestras propuestas?
Los mineros fueron un sector clave de la clase obrera y componente esencial de las izquierdas hasta los años noventa; pero fueron muy golpeados por la privatización, cuando una generación fue despedida y liquidada su forma de vida.
Como consecuencia, se formó un nuevo proletariado, que ya no vive al pie del socavón, sino que reside en Lima y trabaja unas semanas seguidas en la mina, turnándose con descansos familiares. Se alojan temporalmente en hospedajes de la empresa y su relación con el medio es escasa; se limita a cervezas y burdeles. No obstante las limitaciones de este sector social, al fin y al cabo son trabajadores calificados, ganan bastante bien en términos nacionales; precisamente por ello son una aristocracia del trabajo.
En nuestros días, los mineros artesanales o informales son el sector más dinámico en términos de organización y lucha reivindicativa. Con ellos encontramos un segundo problema, ¿recibirían el mismo trato que la gran minería?, ¿o tendríamos doble estándar?
Estos mineros informales son trabajadores independientes que contaminan de manera muy profunda y que son tremendamente explotados por acopiadores y comerciantes que los rodean. Ellos son una fuerza productiva nacida del auto-empleo que es necesario encauzar. El Estado debe impulsar su formalización abriendo vías para su transformación en negocios rentables. Su camino es, de la sobrevivencia a la acumulación, limpiando el medio ambiente y la naturaleza de la explotación.
En términos numéricos son una fuerza laboral significativa, que se halla repartida en todo el territorio nacional. En ciertas regiones, como Madre de Dios y Puno, constituye un motor económico que dinamiza el mercado regional. Se han extendido a lo largo y ancho del país gracias a la abundancia relativa de recursos minerales y metálicos.
Con estos mineros informales se presenta una situación extremadamente riesgosa. Podrían envenenar el medio ambiente de manera mucho más radical que la gran minería, La depredación ecológica de Madre de Dios es un adelanto de lo que podría ocurrir en medio país. Pero, por otro lado, son una fuerza laboral enorme, que podría aportar al Estado junto con sacar de la pobreza a millares de compatriotas. Mientras los precios sean buenos, el rendimiento del trabajo minero informal es elevado, lástima que por ahora solo enriquece a comerciantes y acopiadores.
Para ganar a estos mineros artesanales a una orientación nacional y progresista se necesita concebir una política frente a la minería y no cegarse frente a la realidad de su presencia en la historia y economía peruana.
Fuente: La República