Los estudiosos de las cuestiones militares coinciden en la importancia de una cabal definición del enemigo. Sobre todo en enfrentamientos internos, cuando no son Estados los que luchan, sino que la guerra ocurre al interior de los países. En estos casos, entender al otro es el paso previo e indispensable para la victoria. A la inversa, su incomprensión facilita que éste se reproduzca e incluso que se fortalezca.
Si se observa de este modo la realidad del VRAE, todo indica que el Estado no entiende la naturaleza del Sendero de esa región. Ahí están desde los ochenta y lucen enraizados. La categoría que se emplea corrientemente para caracterizarlos es “narcoterrorismo” y parece bastante equivocada. Se sostiene que Sendero habría devenido en una firma de narcotraficantes y/o brindaría protección militar bajo forma de sicarios al servicio de la mafia. Ese concepto es exagerado y probablemente ha causado la larga incapacidad del Estado para enfrentar el problema.
La semana pasada, en estas mismas páginas, Nelson Manrique argumentó en este sentido, analizando el secuestro de Kepashiato. Según Manrique, los sicarios llevan una vida de perfil bajo y no arremeten con todo, buscando amplia repercusión política para sus actos. En efecto tiene razón; además, si estuvieran llenos de dólares comprarían muchas armas de largo alcance en el mercado internacional. Mientras que, todos los informes coinciden que el Sendero del VRAE combate con armas que han arrebatado al Estado en enfrentamientos previos. En realidad, el “narcoterrorismo” no cuadra como interpretación, a lo más es un mote.
Cuando Guzmán llamó a cesar la lucha armada, el aparato de SL en libertad quedó pasmado. No creían, sostuvieron que era falso, que lo habían drogado, que era un monigote, etc. Tuvo que aparecer toda la cúpula para que entendieran que estaban ante un giro total. No aceptaron y se consumó una división, que ha acarreado grandes enemistades. Por ejemplo, en prisiones, los presos “acuerdistas” ni siquiera tienen contacto con los partidarios de “proseguir”. Se detestan.
Entonces, los partidarios de la guerra se agruparon detrás de Ramírez Durán (Feliciano); era el principal dirigente libre y estaba decidido. Llamaron traidor a Guzmán y se refugiaron en la selva. En ese período fue la gran matanza de asháninkas cometida por SL (Proseguir) y también su internamiento en zonas casi liberadas del VRAE. Entre sus seguidores se hallaron los hermanos Quispe Palomino, quienes habían participado en la guerra desde temprano. Por ejemplo, uno de ellos estuvo en Lucanamarca, cuando SL asesinó a 69 campesinos.
Feliciano fue detenido en 1999; estaba cercado por una maniobra envolvente del EP e intentaba entrar a la ciudad de Huancayo para refugiarse en medios urbanos. Ante ello, los Quispe Palomino siguieron en el VRAE.
Su economía depende de cupos que cobran a los negocios. Esta lógica económica comenzó mucho tiempo atrás. El mismo Guzmán y su aparato vivían de cupos a empresarios, que eran amenazados y preferían pagar para gozar de tranquilidad, que les permitiera seguir negociando en medio de la guerra.
Hoy en día, los senderistas del VRAE no están vinculados a Guzmán y viven de cobrar cupos en una zona donde el narcotráfico es la esencia de la vida económica. Entonces, sí protegen el tráfico ilícito de drogas, pero no son sicarios, sino que mantienen objetivos políticos. Se aprovechan mutuamente con las mafias, pero son una estructura independiente que opera políticamente, buscando la alianza del campesinado cocalero para enfrentar al Estado.
Sus militantes en las cárceles son personas convencidas, dueñas de una ideología muy radical. Carecen completamente del perfil de narcos. Están seguras que son las últimas portadoras de la llama revolucionaria. Mientras no se las tome en serio, no se avanzará mayormente en esta pequeña guerra que nos asola desde hace tanto tiempo. Seguirán dando que hablar en el VRAE hasta que se lean sus documentos y se los entienda.
Fuente: La República