El fin de semana pasado participé en una reunión en Santiago integrando una delegación peruana para un diálogo con pares chilenos. El tema era los escenarios frente a La Haya y la idea fue conversar con franqueza, argumentando sin ofender. La composición de ambas delegaciones era semejante: políticos de amplio espectro, uniformados y diplomáticos en retiro, empresarios y académicos. El número de asistentes era manejable y se pudo conversar como se pretendía.
El diagnóstico encuentra elevada sensibilidad frente al tema, que guarda relación con la imagen del otro, construida a través de la historia. Como ha sido mayormente conflictiva, entonces hay recelo y desconfianza, aunque también voluntad para superarla; la subjetividad es ambivalente.
En el Perú se piensa que Chile se caracteriza por dos elementos. En primer lugar, por su poderío militar, que se incrementa regularmente, profundizando el desbalance con el Perú. A continuación, por su reiterada actitud de rechazar compromisos internacionales contrarios a sus intereses. Como consecuencia, prima la desconfianza sobre qué ocurrirá si La Haya sentencia a nuestro favor, así sea parcialmente, ¿acatará Chile el fallo?
Por su lado, en Chile ocurre lo mismo a la inversa. Entre ellos, la desconfianza supone una actitud revanchista del Perú, que siempre está reclamando y enjuiciando a Chile en tribunales internacionales. Relatan que, en 1999, cuando se negociaron las obras complementarias en Arica: el muelle y otros, que implementaban puntos establecidos en el Tratado de 1929, el Perú se habría comprometido a que era la última demanda, que con ese punto se cerraba para siempre. Pero, menos de una década después, los estábamos enjuiciando en La Haya, nada menos que por un asunto de soberanía. De este modo, algunos amigos chilenos piensan que somos una nación resentida. En consecuencia, que esta vez tampoco vamos a parar, que volveremos a la carga, como parte de una venganza eterna por la Guerra del Pacífico.
Junto a esta elevada subjetividad, también se encuentra una gran diversidad e intensidad de intercambios.
Por un lado, se hallan los económicos, tanto comerciales como inversiones, que suman miles de millones de dólares. Además, se mueven personas, el turismo chileno en Perú es enorme y la colonia migrante peruana en Chile es muy significativa. Como resultado, se halla una mayor integración que en el pasado. Algunos hombres de negocios llegan a entendimientos mutuamente ventajosos y las poblaciones van influyendo sobre la cultura del vecino.
Por otro lado, importantes políticos de ambos países han expresado su compromiso de acatar la sentencia de La Haya, sea cual fuere el resultado. Los presidentes actuales de ambas naciones así lo han sostenido en varias ocasiones y lo han reforzado ex mandatarios, en sendas visitas a las capitales del otro país.
De una manera sorpresiva, en el Perú hay mayor unidad que en Chile. Resulta que ellos tienen mayores posibilidades de perder, porque ocupan toda el área que está en disputa y para evitar retroceder tendrían que ganar al 100%. Mientras que, para nosotros, toda concesión es ganancia. Así, la tenemos más fácil, aunque tampoco está excluida la posibilidad de beber un trago amargo.
Por último, el calendario complica a Chile más que al Perú. La fase oral del juicio es en diciembre del 2012 y la sentencia normalmente ha salido seis meses después. Así, se espera para el fin del primer semestre del 2013. En esa fecha, en el Mapocho estará comenzando la campaña presidencial que se resolverá a fin de ese año. Por ello, habrá acusaciones mutuas entre actores políticos, si el fallo desfavorece a Chile. Mientras que, el escenario político peruano está separado de la sentencia.
Para seguir conversando mejor es sincerarnos. ¿Retrocederá Chile inmediata y pacíficamente si la sentencia es a favor del Perú? Por nuestra parte, realmente ¿es nuestro último reclamo de soberanía? ¿Qué ilusión compartida podría alimentar una reconciliación?
Fuente: La República