La inscripción de las listas para las elecciones municipales y regionales ha dejado un saldo negativo. El número de postulantes es superior a cualquier otra elección, no obstante que ya veníamos teniendo cantidades elevadas en las últimas contiendas. Esta profusión de postulantes evidencia una fuerte apetencia por los cargos y plantea graves problemas para la gobernabilidad futura de los espacios subnacionales. ¿Cuáles son las fuerzas motrices de esta fragmentación de listas?
En primer lugar, la gran cantidad de partidos nacionales, que funcionan como vehículo para inscribir candidatos muy distintos. En un artículo de próxima aparición en Desco, Marisa Remy sostiene que no son tantas las listas independientes, sino una excesiva cantidad de partidos nacionales, que reclutan postulantes a última hora en cada circunscripción. Los partidos carecen de estructura nacional, pero en tiempo electoral sacan de la nada candidatos variopintos.
Pero, por qué esta apetencia por cargos, que se expresa en una multitud de partidos concebidos como “vientres de alquiler”. Obviamente, el punto de partida son los presupuestos. En el Perú, éstos provienen básicamente de transferencias y no de recaudación propia. Como somos un país rentista, vivimos de los impuestos de exportación y no de la tributación a la renta, que obligue a los ciudadanos por igual. Por eso, a nadie le importa tanto qué se hace con el dinero público. Como no viene del bolsillo de uno, se registra una baja fiscalización. Se entiende mejor el dicho, “que robe pero que haga”. Como lo robado es ajeno, al ciudadano de a pie no le importa, con tal que deje algo para el barrio.
Por eso mismo hay una elevada corrupción. El Estado es un botín porque su dinero es de nadie, proviene de transferencias y no encuentra quién lo proteja. Así, tenemos millones de candidatos porque saben la cercanía a un arca abierta.
Por otro lado, esa elevada profusión de candidatos afecta seriamente la gobernabilidad de los espacios locales. No hay agregación sino dispersión. Además, no hay intereses nacionales que se expresan localmente, sino que priman los grupos de poder de base estrecha y personal. Por ello, han reaparecido los caciques de la política. En cada circunscripción dominan círculos organizados a través de personas que defienden su fuero con alevosía. Por ejemplo, el famoso alcalde de San Juan de Lurigancho, que ha chocado malamente con todos, tanto con sus rivales, como con su misma candidata provincial, cuando él estaba con Kouri y aún no se había pasado de lado.
Los puntos de apoyo de los liderazgos locales son frágiles y emergen autoridades poco representativas. Ellas se defienden con las uñas contra toda competencia y pelean constantemente entre sí. El alcalde distrital versus el provincial y éste contra el presidente regional. El sistema no estimula la suma, sino la división.
Pero el Perú no es un país derrotado. Dentro de la clase política aún se halla gente honesta y comprometida. Están en variadas tiendas y sin embargo la ciudadanía puede identificarlos. La regla para conocerlos es no escuchar las promesas que todos repiten, sino mirar sus manos. ¿Qué han hecho y cómo ha sido su conducta previa? Si han robado, volverán a hacerlo y en mayores volúmenes. Si por el contrario, han llegado a posiciones de poder procediendo en forma correcta, pues ofrecen garantía.
La clase política peruana es muy heterogénea, hay de todo y el fondo es poco nítido, al hallarse bastante revuelto. Por ello, quien debe distinguir es la ciudadanía, que afortunadamente posee suficiente experiencia para hallar la línea divisoria fundamental entre corrupción y honestidad. Mi voto es por Susana Villarán.
Fuente: La República (14/07/2010)