El fin de semana pasado se llevó adelante en Ayacucho el sexto encuentro nacional de actores políticos jóvenes. Más de 200 jóvenes de todas las tendencias se reunieron para definir una agenda generacional ante la crisis nacional. No pretendían llegar a acuerdos concretos, puesto que era obvio que había profundas diferencias entre ellos. De hecho, estaban representados prácticamente todos los partidos nacionales y varios grupos regionales. Pero, estos jóvenes entendían correctamente que existe una problemática que les interesa en tanto grupo de edad; hay ciertos temas con sentido para todos los muchachos interesados en la cosa pública. A pesar de que cada cual le otorga una salida u otra.
Esta problemática común surge del hecho de que se reciben influencias globales a una edad decisiva. En efecto, al terminar la escuela y salirse por primera vez de casa, se vive una edad mágica, donde todo se aprende con avidez, con el afán de formar un pensamiento propio que nos diferencie de nuestros padres. Así, durante los años universitarios se forma una generación que responde a impulsos internacionales. La juventud como concepto no es un asunto local, ni tampoco nacional. Son grandes tendencias mundiales que se expresan en cada espacio. Por ejemplo, la generación del 68 responde a rebeliones universitarias que empiezan en París y se extienden por todo Occidente. Igualmente la generación yuppie surge cuando cae el muro de Berlín y el Consenso de Washington inaugura el neoliberalismo y una etapa de crudo individualismo.
Por su parte, la juventud es la edad del idealismo más consistente. Luego, las realidades de la vida llevan a darse cuenta de que esos ideales nunca se concretarán y empieza el duro combate por mantenerse fiel a ellos y a la vez adaptarse al mundo. Pero durante la juventud uno es libre. Carece aún de responsabilidades materiales y el pensamiento se orienta por valores. Por eso, cada juventud al definir una problemática común enfatiza en los ideales. La presencia de esta idealista agenda no anula la competencia, sino que define la cancha donde se desarrolla el combate por el liderazgo.
En este sentido, la juventud reunida en Ayacucho subraya dos puntos: el medioambiente y la corrupción. Ninguno de estos temas ha sido de interés supremo de algún grupo generacional anterior. Ahora aparece como evidente que el planeta está en peligro y estos jóvenes coinciden en expresar una preocupación capital por este tema. Por otro lado, aunque la corrupción en el Perú es un mal más que secular, el hecho es que recién ahora no se lo aguanta más y los jóvenes toman la decisión colectiva de resistir la presión del sistema, que todo lo reduce al poder del soborno.
Estos dos puntos se plantean en base a varios sobrentendidos que también constituyen una marca de fábrica de la generación actual. En primer lugar, la democracia política y el respeto por los derechos individuales, que importan tanto que no los cuestionan y los incorporan como sustrato colectivo.
Por último, también resulta obvio que son una generación capaz de cambiar las cosas, porque dominan una herramienta de comunicación que ha transformado el mundo. La primera generación que crece utilizando Internet. Por lo tanto, a esta edad temprana son maestros de un arte que llega a medio mundo. Su capacidad de propaganda es inmensa, como lo demostró, por ejemplo, el triunfo de Obama en los EEUU. No serán muchos, porque hoy la política está desacreditada, pero disponen de valores firmes frente a puntos cruciales y lo que también importa –pueden hacerla– porque tienen en sus manos la comunicación virtual. Si se deciden pueden cambiar el depresivo curso del actual proceso electoral.
Fuente: La República (21/07/2010)