Muchos investigadores interpretan al Perú como un país pendular. Por ejemplo, Efraín González de Olarte ha sostenido que el ciclo económico peruano evolucionó del liberalismo al populismo, solamente para retornar al liberalismo. Esta oscilación de tipo económico es de mediano plazo, mientras que la política es más corta. Al respecto, Jaime de Althaus ha opinado esta semana en El Comercio que el ciclo político dura diez años en cambiar del autoritarismo a la democracia, sólo para retornar al autoritarismo otros diez años después. Así, para los más diversos aspectos de la vida social y desde puntos de vista muy dispares, se resalta una característica propia de la peruanidad, que consiste en vivir como bola de billar, yendo de banda en banda.
Si nos situamos en el inicio de los tiempos contemporáneos, que es al final de la II Guerra Mundial, comienzo de nuestra era sin conflagraciones totales, han transcurrido 65 años. En ese lapso se han sucedido cinco transiciones a la democracia y cuatro regresiones a la dictadura. Las transiciones democráticas son: Bustamante y Rivero el mismo año 1945, la segunda fue Prado en 1956, luego las dos veces de Belaunde y la última, con Paniagua. Por su parte las cuatro regresiones al autoritarismo son: Odría, que golpeó a Bustamante, Pérez Godoy que sacó al segundo Prado, Velasco que derribó al primer Belaunde y Fujimori que en 1992 anuló la Constitución bajo la cual había sido elegido.
Se han dado tantos volteretazos que hay amplia experiencia en los procedimientos. Dos son las preguntas. Primera, ¿cómo llegan los autoritarismos? Segunda, ¿acaso la democracia actual está en peligro?
Para comenzar, la corrupción. Todas las regresiones autoritarias nacen del descrédito de la democracia a causa de escándalos de corrupción. La gente asume que todos los políticos son ladrones y el sistema se viene abajo.
Otra constante es el desorden político. Los partidos no sirven para construir consensos y establecer claramente diferencias. Peor aún, van desapareciendo, se reducen sus militantes y pierden prestigio. Los políticos son percibidos como rateros e inútiles.
El tercer elemento es el surgimiento de la amenaza autoritaria dentro de la democracia agonizante. Los dictadores suelen haber sido previamente presidentes constitucionales, como Fujimori por ejemplo, o ministros como Odría. En la mitad de las regresiones, el líder autoritario estaba jugando en la cancha de la democracia antes de derribarla.
La explicación de fondo es la incapacidad para aprovechar la fase expansiva. Las democracias pasan un primer momento de optimismo y en vez de realizar reformas drásticas, mejorando el funcionamiento de las instituciones e imponiendo el imperio de la ley, dejan pasar la oportunidad. Luego, cuando el tiempo aprieta, el sistema carece de sustento institucional y se derrumba.
Un último punto es la economía. En tres de cuatro regresiones, el malestar ciudadano era alimentado por una profunda crisis, que acompañó la llegada de Odría, Velasco y Fujimori. Pero ahora no, por el contrario, la economía actual es percibida como medianamente positiva y, como dice Althaus, ello propende al sostén de la democracia. Efectivamente, esa variable apuntala al sistema, hoy por hoy.
Pero ya tuvimos un golpe en condiciones de crecimiento económico, que fue Pérez Godoy contra el segundo Prado. Además, los otros cuatro elementos sí están reunidos. Porque creo que nadie niega que estamos agobiados por la corrupción, el desorden político, la volatilidad de los partidos y la amenaza autoritaria de imponerse en las próximas elecciones. Así, hay posibilidades de bandazo de la bola de billar. Bastaría que triunfe la doble “K”, de Kouri y Keiko.
Fuente: La República (9/06/2010)