La política se halla en un nivel deplorable. La ciudadanía intuye que los ex presidentes Toledo y García han actuado en forma corrupta. Es la misma situación de Castañeda por Comunicore y de Acuña por confesar que compra votos con su plata. Pronto, los memoriosos recordarán a Lourdes y Cataño, sin olvidar a la hija del dictador, quien ha condenado en el gobierno actual un supuesto montesinismo, que sin embargo se practicaba a vista y paciencia durante el gobierno de su padre, de quien fue primera dama. La sensación generalizada es que todos están embarrados y que estamos frente a una honda crisis moral.
Así, el panorama político revela la enorme actualidad del libro del recordado Alfonso Quiroz, sobre la historia de la corrupción, traducido y publicado recientemente por IEP – IDL. Quiroz retrata la corrupción en el largo tiempo histórico, desde el virrey Amat hasta Alberto Fujimori. Son 250 años que evidencian su escandalosa continuidad en el estado y la sociedad peruana.
Puestos en perspectiva, los sucesos que estremecen a la clase política actual confirman el argumento del autor. Se trata de una raya más del viejo tigre peruano, manchado por una marca de nacimiento. Los virreyes venían a enriquecerse y la elite económica sabía ganárselos, a través de regalos y sobornos. Desde el comienzo, los actores de la corrupción se hallan en los dos lados de la mesa, son empresarios coimeros y malos funcionarios en lo más alto del poder.
Puesto así, parece un libro pesimista. La corrupción nos acompaña desde nuestro nacimiento y sigue presente en toda nuestra historia. Parece una compulsión que se repite sin cesar. Pero, Quiroz carece de tono pesimista, es más bien burlón y utiliza su humor para sostener que la corrupción es curable, susceptible de ser erradicada.
En primer lugar, muestra que el país siempre ha dispuesto de una sólida reserva moral. Tanta corrupción motiva su opuesto y somos también un país de moralistas puros y duros. Así, tenemos dos historias paralelas. Los corruptos que se benefician de las rentas del Estado y los campeones de la lucha anticorrupción. Éstos han reiterado propuestas de saneamiento político que atraviesan nuestra historia y confieren esperanzas, porque nunca mueren y se renuevan persistentemente.
Contando con esa base ética, ¿cómo lograr su triunfo? Para empezar, saber que es una batalla de largo aliento, porque el cáncer está avanzado. Es más, entre oro informal, narcotráfico y contrabando, la ilegalidad ha dado pasos enormes y estamos en situación crítica. La ciudadanía está poseída por una sensación de urgencia. No será el terrorismo y la hiperinflación, pero la delincuencia y la corrupción están reintroduciendo la sensación previa al hundimiento de un régimen político.
Según Quiroz, se requiere actuar sobre dos áreas claves del Estado: su capacidad de sanción, que comprende tanto a la Policía como al Poder Judicial. Luego, algunas instituciones claves, que si funcionaran con eficiencia podrían reducir las malas prácticas. Para empezar, la Contraloría General de la República, que cuenta con un funcionario en cada repartición pública, encargado de evitar el robo en el mismo momento que está ocurriendo. También la OSCE, que supervisa los contratos del Estado y la misma SBS, que regula la institución clave del mercado, como es el sistema bancario.
Pero, la situación de estas instituciones también es alarmante. Unas son de perfil bajo y sus éxitos no son relevantes. Las otras son vistas como corruptas, tanto o más que los ex presidentes. No hay solución y como la vida de los estados no se detiene, es posible una nueva crisis, como la resuelta por Fujimori. El horizonte amenaza con un líder autoritario-populista encargado de la salvación nacional.
Aún estamos a tiempo para evitarlo. En víspera de su bicentenario, el Perú necesita refundarse democráticamente. Antes que vuelvan las redes de corrupción que describe Quiroz, sería mejor ensayar el camino señalado por nuestros moralistas.
Fuente: La República (29/05/2013)