El perfil político de los nuevos ministros del Interior y Defensa ha llamado la atención casi unánime del periodismo. Uno venía de ser ministro, ocupando una cartera habitualmente tranquila, pero había afrontado un insólito conflicto social que ocasionó la muerte de dos personas. ¿Estará capacitado para una responsabilidad tan compleja como Defensa? Difícil ser optimista. El otro caso es un viceministro de Defensa que corre a Interior. Así, el presidente ha convocado dentro de su círculo íntimo y ha optado por ascender a reservistas. Si patinó con los titulares, no se vislumbra el éxito de los suplentes.
Pero, ¿por qué recurrir al mismo reducido círculo de confianza, por qué no abrirse un poco a los sectores políticos que lo han apoyado en la segunda vuelta y que traerían un nuevo aliento? Si no confía en los izquierdistas, al menos podría hacerlo en Perú Posible y Acción Popular. Varios analistas resaltan que el presidente actúa como habitualmente hacen los militares, que al ser educados como grupo aparte, solo confían en ellos mismos y en civiles obedientes. Pero, Ollanta Humala no es un uniformado corriente y su carrera está lejos de ser típica.
Ha llegado a la presidencia gracias al manejo de resortes que pertenecen exclusivamente al dominio de la política. Aunque, su primera aparición fue un levantamiento militar, cuya reducida escala no oscurece que debutaba empleando un recurso clásico de los autoritarismos. Pero, desde entonces, toda su carrera ha consistido en dominar la competencia política.
Tiene dos campañas presidenciales a cuestas y ésta es su segunda bancada parlamentaria. Así, ha manejado recursos políticos y ha sabido rodearse de colaboradores, formar un partido y ganar aliados. De hecho, si uno se sitúa al momento del triunfo de Humala en segunda vuelta, parecía que disponía no solamente de ideas frescas, sino de un equipo consolidado y cuadros suficientes para todas las áreas del Estado.
Pero, en ese momento, el presidente tomó la decisión de ratificar a Julio Velarde en el BCR y nombrar a Luis Miguel Castilla en el MEF. Su equipo original quedó en shock y primó el desconcierto. Sobre todo, perdió línea. Ya no era la hoja de ruta, porque éste fue el documento para vencer la segunda vuelta, mientras que, en ese momento y hasta hoy, los responsables de la economía nacional pasaban a ser tecnócratas neoliberales que venían de García y hubieran estado muy cómodos con Keiko. No era gobernar con el centro, era pasar a conducir la nave del Estado con el ala derecha del espectro.
Entonces, se desmoronó la confianza presidencial en la tecnocracia de izquierda. Ya sus relaciones eran tensas el 28 de julio, cuando a pesar de todo, nombró a Siomi Lerner como Primer Ministro. Por ello, esa coalición se rompió ante el primer conflicto social de envergadura, como fue Conga en diciembre último. Sin embargo, al cesar a la burocracia de izquierda, el presidente tampoco convocó del todo a la tecnocracia alternativa neoliberal.
Entonces, ¿con quién gobernar? Ahí cobra sentido el discurso en Quinua el año pasado, cuando se refirió a los guardianes socráticos. Ante las dificultades para conducir un país complicado, el presidente ha vuelto atrás, buscando el apoyo exclusivo de sus compañeros de armas y, con respecto a civiles, solo está contento con sumisos. Ha olvidado momentáneamente las lecciones de la política, en las que parecía bastante diestro, dejando caer sus recursos sin haberlos empleado extensamente en la obra de gobierno.
De cara a los probables cambios del 28 de julio, el presidente bien podría volver a confiar y convocar a los capaces. La experiencia del premierato de Valdés evidencia que gobernar no consiste en achicar, sino ampliar la base de sostén político y, por lo tanto, aumentar el número de profesionales comprometidos con la gestión. Los guardianes socráticos pueden ser uno de los puntales del gobierno, pero imposible que sustituyan a dirigentes políticos y cuadros tecnocráticos.
Fuente: La República