El juicio en la Corte Internacional de La Haya llega a finales; se ha programado para diciembre la fase oral y la jurisprudencia indica que unos seis meses después se emite la sentencia. Es decir, en un año tendremos el fallo; por ello, progresivamente ha de aumentar la ansiedad de ambos Estados por el resultado. Frente a esta situación, interesa mostrar cómo en ambos países existen imágenes negativas del otro, fundadas en una larga y conflictiva historia.
En Chile se escucha decir que el Perú es un país eternamente rencoroso, que sin cesar construye casos contra ellos. Nunca habríamos cerrado la herida de la Guerra del Pacífico y siempre estaríamos conspirando para confrontarlos. Nos retratan como un país de víctimas exigiendo venganza. Es más, de acuerdo a esta manera de pensar, el Perú es un país caótico y desordenado, que siempre está en conflicto interno. Los peruanos no nos respetaríamos entre nosotros y solo nos uniría el odio a Chile. En el país del Mapocho, expresan el temor a que La Haya no resuelva el último residual, sino que el Perú siempre estará buscando cinco pies al gato y pronto inventará otro caso.
Se recuerda que, en 1999, el Perú habría dicho lo mismo, “que era el último pendiente”, cuando se terminaron de implementar ciertas cláusulas del Tratado de 1929, que guardaban relación con propiedades peruanas en Arica: muelle, aduana, el terreno del Chinchorro, etc. Pero que, pocos años después, presentamos la demanda por el mar, evidenciando que en los noventa no les habríamos dicho la verdad. Así, temen que La Haya sea una etapa más de un conflicto permanente.
Por su parte, en el Perú se sostiene que Chile no respeta los acuerdos internacionales cuando no le conviene; temiéndose que el fallo de La Haya no sea aceptado por Santiago. La experiencia del plebiscito por Tacna y Arica alimenta esa suposición. En efecto, el artículo tercero del Tratado de Ancón, firmado en 1883, dando término a la guerra con Chile, decía que diez años después debía convocarse a un plebiscito para que los habitantes de esas dos provincias decidieran a cuál de los dos países querían pertenecer. Esa consulta popular nunca se llevó adelante porque Chile se opuso. Finalmente, después de 45 años de tensiones, el tema se resolvió, dividiendo las dos provincias y entregando una a cada país. Por ello, se piensa que será muy difícil que Chile acepte un fallo desfavorable.
Así, ambos países expresan temores sobre la conducta del otro. Esa angustia compartida deriva de la historia, no es una invención. Pero, el juicio de La Haya es una oportunidad para cerrar bien una de las heridas más dolorosas de la historia peruana, aquella proveniente de la guerra de 1879.
En principio, La Haya resuelve pensando en la reconciliación entre los países que están en el Tribunal. Nunca le da la razón completa a uno de los litigantes; por el contrario, busca que cada Estado pueda presentar la resolución ante su respectiva opinión pública como una victoria parcial. Además, es realmente concluyente, una sola vez un fallo de La Haya ha sido negado, habiendo sido contra los EEUU.
Por otro lado, el Perú no posee nada de lo que reclama. Toda esa porción de mar está ocupada por Chile y así el fallo nos otorgue menos de lo esperado, siempre será una ganancia. Mientras que, es exactamente al revés en Chile. Para evitar retroceder, tendrían que ganar al 100% y ello no va a ocurrir. Lo saben y asumen que cederán, pero piden un compromiso, afirmando que no volveremos a encausarlos por cuestiones de soberanía.
Para el Perú, el repliegue de Chile puede ser la prenda emocional necesaria para efectivamente voltear la página. Recordemos el ejemplo de Ecuador. Cuando cedimos Tiwinza, terminaron sus reclamaciones y se amistaron con el Perú. Después de los acuerdos de 1998, hemos multiplicado nuestra relación con amplio beneficio mutuo. Eso mismo podría ocurrir, si Chile retrocede después de La Haya y sentimos que hemos obtenido algo de justicia en el mar.
Fuente: La República