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Antonio Zapata: La herencia de Stalin

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Pocas semanas atrás fueron sesenta años de la muerte de José Stalin, el dictador soviético creador del sistema conocido como “socialismo real”, para englobar a la URSS y su anillo de satélites. Este subsistema mundial se derrumbó al final de los años ochenta, comienzo de los noventa. Algunos supérstites siguen dando que hablar, como el régimen de Corea del Norte, cuya amenaza atómica es centro de las noticias internacionales del día.

Las razones del declive del “comunismo realmente existente” han ido quedando claras, conforme se han abierto los archivos soviéticos y una nueva generación de investigadores ha producido conocimiento fresco sobre el estalinismo. Un autor solvente es Francisco Talbo, un español que cuenta con mucha información y razonamiento ponderado.

Los problemas se habrían concentrado en dos grandes factores. En primer lugar, la planificación central fue ineficiente y perdió la competencia con el mercado.

El régimen económico soviético se basaba en una autoridad central que decidía sobre inversiones y fijaba metas a las empresas. Se suponía que daría origen a una gran racionalidad en la asignación de recursos, que permitiría un rápido crecimiento económico. Como consecuencia, el bienestar aumentaría en forma regular y la gente disminuiría su jornada laboral, hasta quedar liberada de necesidades materiales. La clave era la supuesta racionalidad de la planificación versus la insensatez del mercado.

Pero, en la práctica, la planificación supuso grandes dificultades. Era necesaria una burocracia que tomara decisiones. Su poder era inmenso, establecía metas de producción y precios de todos los productos, incluyendo salarios. Pero, dependía de información que debería provenir de las unidades productivas a las cuales ajustaba las clavijas.

Pues bien, nadie proporcionaba cifras verdaderas, porque si se evidenciaba un incumplimiento entonces seguían recortes de inversión. Todos hacían check y los verificadores se encargaban de aparentar un funcionamiento regular. Al final, la burocracia central decidía a ciegas y optaba por consideraciones políticas, sin racionalidad económica. El resultado fue el largo estancamiento de Brezhnev y el rápido declive bajo Gorbachov.

En segundo lugar, esa burocracia central acumuló una enorme autoridad que conservó en sus manos hasta el fin. Se traducía en el disfrute de bienes materiales muy superiores a los del común. Así, se formó una costra gobernante que no representaba a la sociedad, sino al régimen político. Ella fue muy antidemocrática, porque entendió que el debate libre y la opinión pública contradecían su existencia. Por necesidad, fue despótica y autoritaria.
Cuando Gorbachov intento airear, mediante la transparencia y las elecciones libres, el sistema se derrumbó. La suma de una economía osificada con un régimen político abierto fue desastrosa. El sistema se hizo trizas.

Mientras que, en ese mismo momento, el PC Chino tomó decisiones inversas. El régimen entendió el error de Gorbachov y no soltó el control político. Lo mantuvo en sus manos, más bien abrió la economía. Deng Xiao-ping reintrodujo el mercado, incluso en el campo, atrayendo en paralelo la inversión extranjera. La burocracia comunista china fue astuta y ha sobrevivido, proyectando a China como gran potencia mundial.

El nombre de Stalin ha quedado ligado a la fórmula despotismo más colectivización forzosa. Como paquete no ha tenido larga historia, se extinguió. Pero, uno de sus componentes continúa vigente, el régimen político controlado por un partido único. En ese sentido, la herencia de Stalin está entre nosotros y, de manera inadvertida, incluso está presente en la nueva potencia mundial en ascenso.

Si uno prolonga el pensamiento, encuentra la racionalidad de las expresiones últimas de don Isaac Humala. Según el patriarca familiar, el régimen de Corea del Norte sería superior a todos los países del planeta, porque habría hallado la fórmula ideal: una monarquía hereditaria de partido único.

Fuente: La República (17/04/2013)