Años atrás se pensaba que la independencia era consecuencia de la formación de nacionalidades criollas que habrían precedido a la emancipación. En efecto, para el Perú se postulaba que había una conciencia nacionalista que cobró cuerpo en el siglo XVIII y que había nacido con la consagración de Santa Rosa como primera santa americana. Ese espíritu criollo habría ido robusteciéndose para finalmente concretarse al crearse los Estados libres de Latinoamérica comenzando el siglo XIX.
Hoy en día esa interpretación ha sido puesta en cuestión. En efecto, se postula que esa nacionalidad criolla fue una consecuencia de la independencia y no su fundamento. En realidad, el imperio español estalló en el centro y la onda alcanzó las colonias americanas. El punto de partida se halla en la prisión de los reyes españoles por Napoleón en Bayona y la cesión del reino al hermano de Bonaparte, José, el famoso “Pepe Botella”.
En ese momento se abrió una honda crisis de legitimidad. La gente se planteó una acuciante pregunta, ¿a quién obedecer? Como no hubo una respuesta válida, la elite asumió que el poder volvía a las ciudades. El pensamiento político de la época concebía la existencia de un pacto entre el monarca y sus gobernados, para ejercer el poder legítimo. En consecuencia, al romper el monarca el pacto, por los sucesos de Bayona, el poder volvía a sus gobernados, que lo ejercerían hasta reconstituir ese compromiso.
El principal historiador de esta nueva corriente de interpretación viene al Perú la próxima semana. Se trata del profesor José Carlos Chiaramonte, quien dará una charla magistral en la PUCP a propósito de los 200 años de la revolución argentina de mayo.
El profesor Chiaramonte ha elaborado una versión que surge de la convergencia entre las ciencias políticas y la historia. Su presentación es mucho más conceptual que los simples relatos, y en tanto ello, constituye un parecer sobre la dinámica de nuestras sociedades.
Uno de sus libros principales se titula Nación y Estado en Iberoamérica. Ahí sostiene que al romperse el pacto colonial, las elites actuaron pensando con los criterios del derecho natural, que se aprendía en los centros de enseñanza dieciochescos. Se sostenía que las ciudades eran la base del reino y que, por lo tanto, los cabildos ejercerían el poder en búsqueda de restablecer la legitimidad política.
La revolución de la independencia atravesó una primera fase de profundo localismo. Cada ciudad rebelde tomaba el poder, formaba su junta y constituía una pequeña fuerza armada. Sólo en una segunda fase, los grandes líderes, San Martín y Bolívar, lograron constituir ejércitos centralizados capaces de derrotar a los realistas. Así, el ejército habría formado al Estado independiente y éste habría creado las nacionalidades criollas.
En el Perú, la historiografía ha ofrecido varias explicaciones para el control político que conservó el virrey, en contraste con la mayor parte de Latinoamérica. Pero, quizá nuestra excepcionalidad no sea tan elevada. Ahí está Francisco de Zela que se levantó en Tacna en 1811; además, la gran revuelta del Cusco conducida por los hermanos Angulo y el cacique Pumacahua fue en 1814.
El Perú del interior participó del mismo movimiento general que se registraba en Latinoamérica.
Por su parte, Lima se mantuvo fiel a España y depositó su confianza en Abascal. Pero, este es un fenómeno regular, porque en la historia peruana, las provincias suelen ser más revolucionarias que la conservadora capital. Sobre este período crucial de la cuna latinoamericana, tendremos ocasión de escuchar la autorizada opinión del doctor Chiaramonte este lunes 21 a las 6:30 p.m. en la PUCP.
Fuente: La República (9/06/2010)