Los últimos escándalos de racismo se han producido porque alguien ha rechazado ser tratado de forma discriminatoria. Ello muestra que el racismo es una actitud extendida, pero no universal. Abundan quienes no están dispuestos a ser sometidos a sus reglas. ¿Realmente abundan, o apenas son unos cuántos? Esa es una pregunta esencial. Pero antes se halla otra cuestión más importante, si cabe. ¿Los opositores al racismo tienen historia, o son un grupo que acaba de aparecer en la sociedad peruana?
La interpretación ingenua piensa que recién en nuestros días aparece el cuestionamiento al racismo y que ello anuncia su pronta desaparición. Pero, en realidad, racismo y antirracismo son líneas opuestas y paralelas, que han existido en el Perú desde la época colonial. Nada garantiza que esté disminuyendo; por el contrario, se retroalimenta cotidianamente. Como también se reproduce, casi naturalmente, el grupo de quienes lo cuestionan.
Por ejemplo, durante el siglo XIX, el racismo dio un gran salto adelante. Ese siglo concluyó con el racismo científico, propio del positivismo. Se postulaba que el fenotipo era determinante del grado de civilización. Solo los blancos podían alcanzar la perfección, mientras que las razas oscuras estaban condenadas a estadios inferiores de humanidad. Por ello, la salvación del país reposaba en atraer inmigrantes alemanes, que progresivamente mejorarían la raza peruana.
Pero, en oposición a esta visión, en la misma segunda mitad del siglo XIX, el famoso pintor Francisco Lazo escribió contra el racismo nacional, con un argumento de sorprendente actualidad. Lazo era un liberal comprometido con el grupo de Manuel Pardo y batallaba contra los prejuicios de su tiempo. Sus artículos y ensayos han aparecido reunidos en un libro que se debe a la historiadora de arte Natalia Majluf.
Como era un artista plástico reconocido, Lazo utilizó una alegoría propia de su profesión para hacerse entender. De acuerdo a su idea, el Perú era como la paleta del pintor. ¿Acaso se empobrecía porque contenía muchos colores? No. Al contrario, la paleta era más útil al pintor cuantos más colores reuniera. Así, no se trataba de uniformizar en el blanco ni tampoco en el cobrizo, sino en abrirle espacio a todos los colores y combinaciones posibles.
Por otra parte, este ensayo de Lazo tampoco es partidario del mestizaje. La homogeneidad empobrecería la paleta, porque la haría depender de un solo tono cromático. La clave se hallaba en mantener los colores y facilitar sus mezclas, haciéndoles lugar. ¿Cómo? Con respeto, permitiendo que cada color se exprese libremente, de acuerdo a sus propias características culturales. Cuando las masas se eduquen y las clases altas sean menos egoístas y más patriotas, entonces habrá sitio para todos los colores y la paleta peruana hará la felicidad de todos.
De este modo, Lazo sintoniza bien con la óptica contemporánea de quienes se oponen al racismo. Hoy en día lo moderno es pluricultural, o cuando menos intercultural. Nadie quiere que desaparezca la diferencia, sino que se dialogue en pie de igualdad. El mestizo ha quedado atrás, restándole crédito a la fusión en el criollismo popular. Por el contrario, se valora la diferencia.
Al igual que Lazo, nuestro tiempo ha optado por la heterogeneidad. Pensamos que un país es potencialmente más rico en tanto reúna mayor variedad de grupos étnicos. Pero no es automático, se necesita una condición. Una sociedad multirracial solo funciona positivamente donde hay genuino interés de los unos por los otros. Mientras que, si la sociedad está marcada por el desprecio, la misma heterogeneidad opera en dirección contraria, empujando al choleo cotidiano, como forma de discriminación utilizada por medio mundo.
Lazo propone poner en valor la patria peruana gracias a una paleta variada, que requiere de tolerancia para cuajar. Caso contrario, lo pluricultural es falso. Si así son las cosas, más democrático era el mestizo, al prometer que al final seríamos iguales.
Fuente: La República