El pensamiento izquierdista se renueva de forma espontánea en todas las generaciones, nutriéndose de dos fuentes inagotables. En primer lugar, de la identificación moral con el sufrimiento humano; luego, del rechazo a las extremas desigualdades económicas y, por consiguiente, de la convicción en la justicia como fundamento de una mayor felicidad en esta tierra. En algunas generaciones, esos postulados ganan a las mayorías, en otras, sólo a unos cuantos. No necesita marco institucional, se reproduce por sí mismo, generado por la cruda realidad que exhibe sus miserias sin rubor.
Por su lado, el factor organización es clave en política, puesto que la eficacia en la acción requiere algo más que la simple reproducción del pensamiento. Pero, los izquierdistas –que existimos en el Perú casi noventa años– no hemos construido un partido que nos agrupe. A diferencia de los apristas, que han sabido preservarse unidos, nosotros nos hemos dividido en cientos de ocasiones y carecemos de continuidad institucional. Vivimos a borbotones y no somos un flujo regular.
Por ello, nuestra influencia es elevada en una serie de esferas: cultural, artística y en la conciencia social peruana. Pero, no somos significativos en la arena política. En las últimas elecciones, nuestros dirigentes apoyaron entusiastamente a Ollanta Humala, quien cuatro meses después los despidió con un portazo. De ellos no hemos escuchado una autocrítica, aunque registran un notorio cambio de orientación.
Por otro lado, el énfasis político ha pasado al medioambiente. La cuestión social importa menos que antaño. Ahora, buena parte de las contradicciones surgen de la dinámica que opone agro versus minería. La extracción de materias primas es vista como enemiga de la naturaleza y del resto de actividades productivas.
Esta nueva sensibilidad ha formado una variedad de grupos y personalidades interesadas en la causa ambiental. Los hay de derecha pura y dura, como la codirectora de El Comercio por ejemplo. En el otro extremo, se hallan posiciones contrarias a la inversión capitalista, que algunos llaman “radical” y otros “antimoderna”.
Por su parte, la vieja receta marxista ha perdido prestigio y capacidad para guiar las nuevas situaciones. Pero no ha surgido un nuevo cuerpo doctrinario que ordene a nuestra comunidad política. Por carecer de ese soporte, la orientación de los izquierdistas peruanos depende de la sabiduría de los dirigentes actuales, que tendrán que hilvanar fino para salir adelante.
En primer lugar lo obvio: es necesario ir juntos el 2014 y el 2016, incluyendo a todos. Eso significa también a Patria Roja y no solamente ella, sino abarcando a multitud de grupos regionales, algunos de los cuales han logrado inscripción legal. Es necesario apelar al horizonte socialista común y garantizar que las diferencias se resolverán en elecciones primarias organizadas por ONPE.
Luego, definir el perfil de la convocatoria política, compuesto por tres elementos: sistema democrático, justicia social y defensa del medioambiente. Ninguno de los tres puede estar ausente y sólo su combinación permite ocupar un puesto expectante en el espectro político.
Concretar esta propuesta supone abrir puertas a la ciudadanía progresista, invitándola a formar un movimiento amplio, que parta de las agrupaciones actuales, las integre y supere. Para lograrlo, necesitamos un recambio generacional. Junto a mis contemporáneos estamos para aconsejar, pero no para conducir, menos para candidatear. Es más, si se deja libre a la nueva hornada, tendrá mayor capacidad porque no ha padecido las rencillas de antaño.
El ejemplo de Marisa Glave es particularmente claro. En la última campaña de revocatoria fue la figura política de mayor relieve. Atrevámonos a dejar las cosas a cargo de izquierdistas de su generación, quienes nos representen en las próximas elecciones. Si nuestros líderes actuales confiaron ayer en Humala, por qué no deberíamos confiar mañana en nuestra juventud.
Fuente: La República (22/05/2013)