Esta semana es el aniversario de Lima y pocos han de recordar a su fundador, el conquistador Francisco Pizarro, de quien circula una “leyenda negra” que forma parte del saber común. La educación escolar lo retrata como codicioso, violento, mentiroso y cruel, con amigos y enemigos por igual.
Esa visión negativa del conquistador ha acompañado una revaloración del mundo andino. Gracias a ella, la historiografía sobre los incas sigue siendo abundante y de tono positivo; mientras que Pizarro ha pasado de héroe a figura casi anónima.
El Pizarro heroico fue construido por Raúl Porras Barrenechea, quien lo muestra como un creador, que funda ciudades e incorpora el territorio a Occidente; es un visionario con alma de estadista, construye y no destruye. Mejor dicho, en el mismo acto consuma las dos acciones. Así, el Pizarro de Porras es ante todo fundador, porque organiza un estado vinculado a Europa y diseña la primera red urbana, que ha permanecido hasta hoy.
La visión de Porras corresponde al “hispanismo, que subrayaba dos elementos encarnados por Pizarro: occidental y padre de mestizos; en efecto, todos sus hijos tuvieron madre indígena. Pero, esa postura fue controvertida por una interpretación opuesta, el “indigenismo”.
Esa segunda corriente construyó la leyenda negativa de Pizarro. Fue presentado como aprovechado; astuto antes que inteligente, hipócrita y doble cara, engañó a Atahualpa. Esa versión se encuentra en un libro de Juan José Vega titulado La Guerra de los Viracochas. Ahí la clave de Pizarro se halla en la mentira y el camuflaje, al presentarse como divinidad.
Esta polémica duró muchos años y dividía a la civilidad porque no se restringía al sujeto aparente –los conquistadores– sino que se extendía a todos los órdenes de la vida, constituyendo ideologías bien precisas. La superación de ese anclaje fue obra de investigaciones más amplias, que comparan el caso andino con el azteca e incluso pretenden síntesis sobre la actuación europea en el Nuevo Mundo.
Entre otros, destaca un libro del historiador italiano Ruggiero Romano, quien ubica a los conquistadores como engranaje de la expansión capitalista. La obra de Pizarro habría correspondido a la etapa de la acumulación originaria del capital, por la vía de la explotación colonial.
Luego, esa interpretación fue desarrollada por el historiador peruano Rafael Varón, en una tesis doctoral que explica el carácter mercantil de la empresa de los Pizarro. En primer lugar, se trata de un clan y no un individuo. Luego, merced al descubrimiento, Francisco Pizarro contrata con el Rey y procede a formar una empresa, destinada a someter a los indígenas.
Dicha compañía tenía un aspecto político, pactado precisamente con el monarca, que concernía al gobierno que seguiría al eventual triunfo hispano. Pero, la parte económica estaba librada a inversionistas privados, que pagarían un tributo del 25% y que actuarían en beneficio particular. Estos conquistadores-empresarios fueron liderados por los Pizarro, quienes comandaron los negocios, a la vez que gobernaron la naciente colonia.
Esas eran las versiones hasta que el ex presidente Alan García, ahora dedicado a escribir, publicara un libro sobre la política en tiempos de Pizarro. En este texto, el conquistador es buen alumno de Maquiavelo, formula un plan político y sabe ser flexible para irlo construyendo. A ratos, el texto transmite la sensación de autobiografía, pero subraya efectivamente las grandes decisiones políticas del período y destaca como cualidad del conquistador una muñeca a la vez sagaz y firme.
De este modo, la evaluación de Pizarro fue pendular, de héroe a villano. A continuación, la historia social lo interpretó como parte de un mecanismo mayor –la expansión inicial del capitalismo– del cual fue agente aprovechado.
Como conclusión, aparece el rostro del astuto fundador de Lima y padre del patrimonialismo peruano, con él comenzó esta jarana que hace ricos a los gobernantes.
Fuente: La República (16/01/2012)