Un conocido estudio de Max Weber distingue la razón científica de la política. Mientras la primera busca la verdad, la segunda está detrás de la posición. Unos buscan el avance del conocimiento y los otros buscan obtener y conservar poder. Aquí encontramos dos tipos ideales, que se combinan con empresarios y trabajadores para definir los cuatro grandes componentes de las sociedades modernas.
Observados sucintamente estos cuatro órdenes, resulta que en el Perú los políticos son los más retrasados. Por su parte, los trabajadores tienen fama de creativos. Quizá indisciplinados, pero dotados de inventiva, el ingenio es su esencia. Por su parte, los empresarios son resilentes por naturaleza. Para hacer dinero han tenido que sobrevivir todo tipo de catástrofes, normalmente emanadas del poder político. Son medio corruptos e informales, pero saben persistir y realizarse. Lo mismo con el mundo académico, que compite parejo con sus pares latinoamericanos.
Así, el principal problema del país es su clase política. Los demás componentes disponen de regular nivel y exhiben un rosario convincente de realizaciones. El gran retraso se halla en la dimensión política. No hay partidos dignos de ese nombre y se actúa sin programa ni idea de país. La mayor parte de personajes de la escena pública son mediocres y no la chuntan.
Tomemos el último caso de Javier Diez Canseco, JDC, como ejemplo de las primitivas costumbres políticas que siguen imperando. En primer lugar, la acusación se monta sobre una campaña falsa dirigida por un diario. La mentira como sustento y la exageración cotidiana como procedimiento.
Ese discurso viene de un periódico y es recogido por la Comisión de Ética del Congreso. Así, los parlamentarios no piensan con cabeza propia, sino que son un megáfono de la agenda que establece cierta prensa. Para salir en medios y aspirar a la reelección, los congresistas se explayan sobre la agenda que les presenta la prensa.
Carentes de autonomía, los acusadores de JDC insultan sin esfuerzo por razonar. No se escucha análisis, sino groserías de todo calibre. En el discurso de acusación en el pleno del Congreso abundaban las frases sobre la supuesta “blancura” de JDC y lo estridente de su apellido compuesto, como razones para sancionarlo. Ese era el nivel.
Por su parte, el APRA se ausentó completamente. En una maniobra digna de Maquiavelo desaparecieron luego de haber alentado la acusación en Ética. Evadieron la contradicción facilitando la sanción.
Además, desconcierto y ajuste de cuentas. En el pleno, los oradores nacionalistas fueron pocos, pero todos hablaron a favor de JDC. Ni un solo nacionalista estuvo a favor de la acusación. Así es normalmente. Es una bancada débil, carente de posición y líderes. Está medio ausente y la deriva es su característica.
Esta vez, la mayoría de nacionalistas estaba muda, observando el intercambio. Pero, cuando terminaba la lista de oradores llegaron la consigna, los telefonazos, y los líderes cuadraron a su gente. Recibieron indicaciones, disciplinando el voto a favor de la acusación.
La orden venía de arriba y se transmitía a través de connotadas figuras de la bancada. Incluso, un congresista nacionalista que había sustentado la defensa de JDC votó por la abstención. Así, el nacionalismo se sumaba a la acusación fujimorista. Pero, sus razones eran otras.
Ningún nacionalista pensaba que JDC tenía conflicto de intereses, más bien le cobraron haber salido de Gana Perú. Era un castigo sin fe en la acusación. Asimismo, los mismos congresistas nacionalistas estaban conmovidos; era la primera vez que aliados al fujimorismo derrotaban al centro político: Perú Posible y Acción Popular. ¿Qué vendrá? Suena a indulto.
Este proceder evidencia la estrechez de miras de la clase política. Son casi antropófagos, no conviven, sino se devoran. Mientras no cambien, se ve difícil que el país realmente prospere. En la sociedad contemporánea, demasiado depende de la esfera política y la nuestra luce bastante escasa.
Fuente: La República (21/11/2012)