Antonio Zapata: “Viva Piérola”: cien años»

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Días atrás fue el centenario del entierro del “Califa” Nicolás de Piérola. Dicen que fue una ceremonia impresionante, la mayor concentración humana en el Perú desde la consagración de Santa Rosa de Lima. Hay bastantes fotos del trayecto hasta el cementerio. Destacan dos tipos de personajes: en primer plano: sacerdotes y monjas, al fondo, la presencia masiva de Juan Pueblo. Al fin y al cabo eran los suyos, siempre fue un fiel creyente en Jesucristo y firme aliado de la jerarquía católica. Además, aunque su plaza fuerte estaba entre terratenientes provincianos y plebe urbana, era querido por la gente común y corriente. Gracias a su verbo y sentido histriónico, Piérola articuló una singular coalición política, cuya actuación pública cierra los años mil ochocientos y abre paso a la modernidad.

Debutó en política de manera espectacular, ejerciendo el Ministerio de Hacienda, cuando era un hombre de treinta años. Canceló los contratos de exportación del guano, que hasta entonces estaban en manos de la oligarquía nacional, cerrando un nuevo contrato exclusivo con el banquero francés Auguste Dreyfus. La iniciativa fue altamente polémica y, según versiones, bloqueó la formación de una élite capitalista nacional.

Pero, desde entonces, se ganó el odio de la oligarquía y el cariño del pueblo, que la aborrecía. Durante la década que precedió a la guerra con Chile, Piérola animó varios levantamientos armados, desarrollando una actitud conspirativa permanente. Fue un gran factor de inestabilidad del sistema; sin embargo, al estallar el conflicto, se presentó ante las autoridades; formó un batallón con sus partidarios y pidió un puesto en el ejército nacional. Se le concedió y se estacionó en Lima.

Con esa unidad asumió el poder al producirse la vergonzosa retirada de Mariano Ignacio Prado. Su conducción como dictador fue desafortunada e inepta militarmente. Nos llevó a la catástrofe en la defensa de Lima y en Miraflores perdió los nervios, siendo incapaz de conducir. Pero, salvó el honor nacional al no rendirse, subir a las montañas y convocar a la resistencia. Cáceres y los demás militares que pelearon en la Breña inicialmente subieron al Mantaro a ponerse a las órdenes del entonces presidente Piérola.

Luego de la reconstrucción nacional liderada por los breñeros, el “Califa” reapareció espectacularmente venciendo en la guerra civil de 1895. Derrotó a Cáceres y al ejército regular, luchando con montoneras civiles hasta entrar a Lima a caballo liderando una insurrección contra el gobierno. Le tocó vencer, gracias a la reconciliación con su enemigo de antaño, la oligarquía nucleada en el segundo Partido Civilista.

Piérola había formado el Partido Demócrata, que fue siempre su divisa; su mandato transcurrió entre 1895-1899 y es considerado un buen gobierno, de los mejores que ha tenido esta desventurada república. No por ello fue consensual. Anuló la ciudadanía del analfabeto, básicamente el campesino andino, aunque también eliminó el tributo colonial; trajo la misión militar francesa y organizó el ejército; modernizó el Estado e inauguró una inusitada época de crecimiento y prosperidad. No volvió nunca al poder porque el sistema que construyó lo relegó a la impotencia política.

Su trayectoria ha motivado una amplia bibliografía, desde el relato emocionado de Alberto Ulloa, hasta su papel en una sugerente obra de la historiadora Alicia del Águila. En el libro La ciudadanía corporativa, publicado por el IEP, Piérola amplía las diferencias entre sujetos sociales y antes que demócrata en el sentido de “integrador”, aparece como positivista que moderniza la esfera económica, pero al quitarle al indio el derecho al voto, su gobierno termina con el corporativismo político heredado de la Colonia, forjando la solución oligarca en el Estado republicano del siglo XX.

Siempre controvertido, su complejidad hizo muy peruano al “Califa”. Imposible recordar una buena acción suya sin que aparezca inmediatamente otra de signo contrario.

Fuente: La República (03/07/2013)