La pugna entre la Universidad Católica y el cardenal Juan Luis Cipriani es una lucha por el sentido común. Pasadas las elecciones, la gente común y corriente discute ciertos temas que pertenecen a la esfera pública, puesto que guardan interés para todos, aunque no sean directamente partes interesadas. Entre ellos, destaca el asunto de la Católica y por ahora la ciudadanía observa llena de dudas y curiosidad. No hay plena identificación con las partes, por lo que interesa dilucidar la interrogante: ¿por qué la suerte de esta universidad le importa al peruano de a pie?
En principio por el tema de la propiedad. La Iglesia no fundó esta universidad, sino un sacerdote acompañado de un grupo de ciudadanos civiles; obtuvo reconocimiento legal el mismo año de su fundación sin que aparezca la Iglesia como propietaria. Así, la Universidad Católica nace de una norma estatal promulgada por el presidente José Pardo. Desde entonces, se rige por las leyes que obligan a todas las instituciones de este tipo. Es decir, se autogobierna a través de la comunidad de sus integrantes.
En este sentido, la pretensión del Cardenal es violentar todo el ordenamiento jurídico. Si su idea sale adelante, alguien externo controlaría los bienes de uno. Es decir, la Católica sería administrada por una Junta de dos miembros, uno sería el rector y el otro nombrado por el Cardenal, que en caso de empate tendría poder para dirimir. Es decir, la propiedad de uno pasaría a otro. Si vence Cipriani, los bienes de cualquiera están amenazados.
En segundo lugar, por la cuestión de la herencia. El destacado intelectual José de la Riva Agüero legó una importante propiedad a la Universidad Católica, pero ésta existía desde hacía 25 años y no fue fundada sobre la base de esa herencia, sino en función al dictado de clases y cobro de pensiones. Es decir, la Católica era una entidad que funcionaba y se autofinanciaba antes de recibir las propiedades de Riva Agüero.
Luego, el dictado de clases ha seguido siendo la fuente principal de sus ingresos y los bienes provenientes de la herencia son una parte. ¿Cuál exactamente? Pues, la hacienda que se transformó en campus y en el Centro Comercial Plaza San Miguel.
Ahora bien, la hacienda de Riva Agüero fue la base del campus y del Centro Comercial, pero toda la infraestructura de hoy ha sido construida por la Universidad, con su propio trabajo. Es decir, la hacienda por sí misma no se ha transformado en campus, sino gracias a las ganancias provenientes del trabajo de la comunidad universitaria, que ha invertido en edificios, laboratorios y bibliotecas. Lo mismo ha sucedido con el Centro Comercial, que es el negocio promovido por la Universidad para fortalecer su autofinanciamiento.
Entonces, si triunfa el Cardenal, a cualquiera le podría ocurrir que, estando en posesión de sus bienes, si eventualmente recibe una herencia, las disposiciones de ese testador puedan afectar al conjunto de sus propiedades, no solo a lo que efectivamente recibió, sino a todo lo que uno tenga, empezando por el fruto del trabajo propio.
En tercer lugar, si el Cardenal cumple su designio, caería el nivel académico y se perdería un buen centro de estudios superiores, el primero en el ranking de las universidades peruanas. Para empezar, quiere expulsar a los profesores que discrepan con la Iglesia en el tema de la contracepción; luego, ha amenazado a los divorciados. Finalmente, impondría un pensamiento único propio de la Inquisición. ¿Por qué no lo hace en su propia casa, por qué querrá imponerlo en casa ajena?
Una sugerencia amistosa es la organización de una universidad propia del Cardenal, para que aplique libremente sus criterios y así podría verse, quizá en pocos años, qué entidad educativa responde mejor a las necesidades del Perú.
Fuente: Diario La República