El economista estadounidense Shane Hunt ha escrito un notable ensayo sobre la brecha entre América Latina y los países desarrollados (1). Apoyándose en sólidas cifras estadísticas, ha establecido el PBI per cápita de cada economía, comparándolo con el resto del mundo. Según su cálculo, en 1700, las 13 colonias norteamericanas, que luego formaron los EEUU, tenían el mismo ingreso promedio que los países latinoamericanos. Aún no se iniciaba el setecientos y todo el Nuevo Mundo era una colonia de las potencias europeas. Por ello, se vivía más o menos igual, tanto en Nueva York como en Lima.
Luego, se produjo la revolución industrial en Gran Bretaña y España quedó rezagada con respecto al resto de Europa. Ese retraso se reflejó en las colonias, puesto que, al llegar la independencia, en 1820, el nivel de vida en Latinoamérica había descendido a la mitad que en los nacientes Estados Unidos. Mientras en Hispanoamérica la vida económica seguía regida por los mismos factores tradicionales, la economía norteamericana fue transformada por el vapor y el ferrocarril. Comenzaba la conquista del oeste y la apertura de los Estados Unidos a su enorme frontera interior.
Por su parte, la inestabilidad política latinoamericana posterior a la emancipación generó un gran retraso. Los caudillos tuvieron su costo y el desorden constitucional provocó una nueva dependencia con respecto a los centros capitalistas, que en esos años precisamente se despuntaban. En el siglo XIX, la brecha se amplió en forma considerable, porque al llegar 1870, el nivel de vida latinoamericano había descendido a una cuarta parte del norteamericano. Así permaneció hasta la víspera de la Primera Guerra Mundial. Es decir, bajo el liberalismo clásico no mejoró nada.
Esas cifras se mantuvieron durante toda la etapa dominada por el llamado “populismo”. Desde 1930 hasta mediados de los setenta, el PBI per cápita latinoamericano no descendió, e interrumpió la caída que lo había caracterizado desde la llegada del capitalismo. A continuación viene una severa crisis en los años 1980, generada por la deuda, externa, seguida por una tímida recuperación en los noventa.
Para el caso peruano, se cuenta con el acucioso trabajo de Bruno Seminario y Arlette Beltrán, quienes han construido una serie estadística muy completa. Comparando al Perú con América Latina, durante los treinta primeros años del siglo XX, se halla un crecimiento superior al promedio. Nos habría ido bastante bien en la República Aristocrática y el gobierno de Leguía. Pero, a continuación, durante 1930 y 1940, descendimos por debajo del promedio latinoamericano. A diferencia de otros gobiernos de la región, Manuel Prado no aprovechó la Segunda Guerra Mundial para impulsar el crecimiento económico.
Otra etapa expansiva se da entre 1950 y la mitad de los setenta, hasta la caída de Velasco. Esa época, tan denigrada, registra un crecimiento superior al promedio latinoamericano. Pero, luego viene una gran caída. Tanto el segundo gobierno de FBT como el primero de García afrontaron dificultades superiores a sus capacidades y como consecuencia el país se hundió bastante más hondo que el resto de América Latina. A continuación vino el repunte neoliberal, mucho más débil de lo que se sostiene, puesto que al cerrar el siglo no había logrado recuperar el PBI por habitante que se logró en años de Velasco.
De todos modos, el Perú se ubica en el promedio latinoamericano de crecimiento económico durante el siglo XX; estuvimos exactamente a mitad de tabla. Del mismo modo, el trabajo de Hunt concluye que, entre los años 1900-2000, América Latina no logró cerrar la brecha; por el contrario, ésta continuó profundizándose, aunque lentamente y a un ritmo inferior al siglo XIX.
(1) En Hunt, La formación de la economía peruana, Lima. BCR, 2011.
Fuente: Diario La República