Carlos Contreras: «¿Jubilación a los 75?»

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La edad de la jubilación en el Perú se ha incrementado con el tiempo. Cuando los españoles implantaron el tributo indígena en el siglo XVI, debían pagarlo los varones entre los 18 y 50 años (se entendía que este rango de edad correspondía al período regular de actividad laboral). Dicho rango se mantuvo hasta que el susodicho tributo fue abolido por Ramón Castilla en 1854.

Los intentos que hubo después por instaurar una “contribución personal”, que ya no solo gravara a los indígenas sino a todos los peruanos, fijaron el rango de la contribución en las edades de 20 a 60 años, lo que daría a entender que la duración de la vida promedio de los peruanos se había incrementado en un decenio; una mejora apreciable, que debe hacernos mirar los períodos de la Colonia tardía y la República temprana con más indulgencia que hasta ahora.

Cuando en 1920 el gobierno de Leguía implantó la conscripción vial, se comprendió en ella a todos los varones entre 18 y 60 años. Implícitamente, se mantenía, así, los 60 años como la edad de retiro del trabajo activo. Así discurrió casi todo el siglo XX. En 1936 el régimen de Benavides instauró un sistema de seguridad social en el Perú, pero que no fijó edades de jubilación, sino períodos de contribución, hasta que más adelante la edad de retiro sí fue fijada en 60 años para los varones y 55 para las mujeres. En 1992 el gobierno de Fujimori aumentó la edad de la jubilación al situarla en 65 años para hombres y mujeres, que se ha mantenido hasta hoy, en que acabamos de escuchar al ahora segundo hombre más rico del mundo decir que dicha edad debería elevarse hasta los 75 años.

¿Tiene sentido la sugerencia del señor Slim, que debe ser un amante del trabajo y la vida económicamente activa? Por un lado, es cierto que conforme el número de hijos se ha reducido y la esperanza de vida ha crecido, la tendencia a aumentar la edad de la jubilación es lógica y necesaria.

Entre el 2011 y el 2050, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), la población mayor de 65 años más que se triplicará, mientras la de 15 a 64 años solo aumentará un tercio. Vemos, además, que el inicio de la vida laboral remunerada se ha retrasado. Con el mayor acceso que hoy existe a los estudios profesionales ya no se comienza a trabajar a los 15 sino a los 23 o incluso más años. El lapso entre el momento de la jubilación y la muerte no puede ser mayor que el período laboralmente activo, sin ocasionar perturbaciones al reparto de esfuerzos entre las generaciones.

Por otro lado, es evidente que una persona de 70 años no puede desempeñar el mismo trabajo que una de 30. La medicina que ha permitido alargar la vida de los hombres no ha tenido el mismo éxito en mantenerlos robustos y eficaces física y mentalmente. Pende un desafío sobre la sociedad en el sentido de cómo organizamos la producción de los bienes y servicios a fin de que los hombres y mujeres de 65 a 75 años puedan seguir laborando, aunque sea parcialmente, como ha sugerido el ilustre visitante de las tierras aztecas.

Fuente: El Comercio (17/07/2013)