Lee la columna de nuestra investigadora principal, Carolina Trivelli, escrita para el diario El Comercio► https://bit.ly/3CKp4Dp
Nos seguimos asombrando ante las cifras que indican que somos uno de los países con mayor inseguridad alimentaria en la región. Altos niveles de inseguridad alimentaria no parecen posibles en un país que, a pesar de todo, crece –poco, pero crece–, cuyo mercado laboral se viene recuperando –aunque con mayores niveles de informalidad– y que es un importante productor de alimentos. Asimismo, no se entiende cómo un país con tan altos niveles de inseguridad alimentaria –que afecta a casi la mitad de la población– no enfrente estallidos sociales exigiendo ayuda ante tan compleja situación.
Como hemos discutido en otras ocasiones, la crisis alimentaria en el Perú es una crisis de acceso económico a alimentos y de acceso a una canasta nutritiva de alimentos. Las razones que explican esta crisis alimentaria han sido ampliamente discutidas y las resumimos para entender mejor qué están haciendo las familias para enfrentarla y por qué no están en las calles reclamando ayuda.
Los problemas de inseguridad alimentaria venían creciendo desde antes de la pandemia y se agudizaron con ella. Como bien se ha documentado, la recuperación pospandemia de los mercados laborales se ha caracterizado por ser más lenta y tímida de lo esperado, por un mayor nivel de informalidad y por ingresos laborales que recién ahora alcanzan los niveles del 2019. Esta recuperación está acompañada por alta inflación, especialmente en los rubros de mayor importancia en el consumo de los más afectados por la crisis. Con ello, su poder adquisitivo se ha reducido. Con lo que ganan hoy, en un trabajo más precario e inestable, solo pueden consumir 80% de lo que consumían prepandemia.
Esta situación se registra en mayor medida en el caso de las mujeres y los hogares con jefatura femenina, que tienen menos oportunidades laborales y que en promedio ganan menos. Además, muchas veces dependen de una relación, no siempre igualitaria, para acceder a dinero o a tiempo para trabajar y generarse ingresos.
Ante esta situación, los hogares peruanos saben que deben tomar acciones para enfrentar la crisis sin esperar la ayuda de nadie. Si los ayudan, bien, se agradece; si no, ni perder el tiempo en pedir algo que igual no será nunca suficiente para enfrentar las consecuencias de esta o cualquier otra crisis. Ejemplo de ello es el bono de S/270 que ayudará a quienes lo reciban, pero que no resolverá ningún problema.
Los hogares peruanos están tomando tres tipos de acciones para enfrentar la crisis. En primer lugar, han ajustado o reducido su consumo de alimentos. Solo el 11% señala que ha podido mantener su consumo de alimentos sin problema a pesar de los mayores precios. Por el contrario, el 87% de los hogares en el estrato D/E ha reducido su consumo de alimentos o lo ha mantenido, sacrificando otros gastos (ver infografía). Además, ante dicho ajuste es seguro que muchos han tenido que cambiar la composición o el tamaño de sus raciones de alimentos.
En segunda instancia, los hogares recurren al soporte comunitario. Un 14% de encuestados en el ámbito nacional por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) a fines de setiembre señaló que había obtenido alimentos la semana anterior en una olla común o comedor popular (18% en el estrato D/E) . Esto implica que más de tres millones de adultos recurrieron a este tipo de soluciones comunitarias (ayuda horizontal) para enfrentar la crisis en la última semana.
Finalmente, los hogares peruanos están buscando más trabajo y fuentes de ingresos adicionales. Según las cifras de empleo que reporta el INEI, el porcentaje de peruanos, en particular de mujeres, con una ocupación secundaria viene creciendo. Respecto al primer trimestre del 2021, el porcentaje de mujeres con un empleo secundario se incrementó en cuatro puntos porcentuales al primer trimestre del 2022. En el ámbito urbano, el 14,5% de mujeres que trabajan tiene un segundo empleo, y 22% en el ámbito rural (INEI, Enaho del primer trimestre 2022).
Los peruanos tienen claro que enfrentarán esta crisis con sus recursos y que no pueden invertir su escaso tiempo, ni su tejido organizacional, en exigir ayuda del gobierno. Saben que no pueden confiarse exclusivamente en la ayuda gubernamental ante una emergencia. Saben también que alguna ayuda puede llegar –bonos y donaciones que se agradecen–, pero que, si llega, será una ayuda esporádica, puntual e insuficiente.
Desgraciadamente, estas estrategias, que pueden ser efectivas en el corto plazo, pueden resultar insuficientes para mitigar los efectos de largo plazo –en la salud y nutrición– de esta crisis. De dichos efectos tendrá que ocuparse algún gobierno en el futuro.