Los resultados de la ENADES 2022 nos permiten delinear la manera en que los peruanos pensamos la desigualdad en sus diferentes manifestaciones. En términos generales, muestra que la mayoría de la población reconoce que las distancias entre los grupos más y menos privilegiados son enormes y que es parte de las tareas del Estado asegurar que esta se reduzca. Sin embargo, detrás de estas cifras se esconden diferencias entre segmentos que deben llamar a nuestra atención, particularmente el grupo de preguntas sobre desigualdad económica y movilidad social.
Concentrémonos, para comenzar, en las preguntas sobre el dimensionamiento y evaluación de la desigualdad económica. Los resultados nos dicen que casi 60% de los encuestados considera que las diferencias de ingresos entre ricos y pobres son demasiado grandes. Asimismo, 72% considera muy grave la desigualdad entre ricos y pobres – se trata de la forma de desigualdad considerada como más grave, seguida por la desigualdad entre ciudades y zonas rurales (61%) y entre Lima y el resto del país (56%). Finalmente, y para que no quepa duda, 55% de los encuestados considera que el Perú es un país muy desigual económicamente, con 17% que considera que es algo desigual.
En estas líneas me interesa resaltar un patrón que se repite en las preguntas sobre desigualdad económica: la magnitud de la percepción de la desigualdad se incrementa con el nivel educativo y el nivel socioeconómico (NSE). Por ejemplo, en la pregunta sobre si las diferencias de ingresos entre ricos y pobres son demasiado grandes, quienes tiene educación superior están de acuerdo en 67% y quienes tienen educación básica 51%. Por otro lado, los niveles socioeconómicos A/B y C están de acuerdo en 68 y 66%, mientras que en el D/E esta cifra cae a 50%. Las demás preguntas a las que nos hemos referido muestran un patrón similar.
Pero tal vez el dato más sorprendente en la encuesta es el referido a la tolerancia a la desigualdad. Si bien 47% de los encuestados la considera inaceptable, casi 30% la considera aceptable. Como podría esperarse, quienes se identifican ideológicamente con la izquierda consideran que la desigualdad en el país es inaceptable en una proporción mayor que las personas de derecha (57 vs 41%). Pero lo que resulta más significativo es que también en esta pregunta el nivel educativo y el NSE se correlacionan positivamente con la intolerancia a la desigualdad. No solo el NSE A/B se muestra más intolerante a la desigualdad que los demás niveles (52% vs 44% en el C y 46% en el D/E), sino que el D/E es el que muestra el mayor nivel de tolerancia a la desigualdad con 33% (vs 20% en el A/B y 31% en el C).
Estos resultados parecen ir en contra de lo que uno esperaría considerando las enormes brechas en las oportunidades de unos y otros. ¿Cómo puede ser que quienes se encuentran en la situación más desfavorable sean los que más toleran la desigualdad? Lo contrario es esperable desde la teoría de la privación absoluta, que sostiene que la legitimación de la desigualdad se correlaciona positivamente con el ingresos de las personas: cuando más bajos son, menos se legitima la desigualdad, mientras que quienes obtienen mayores remuneraciones, tienden a legitimar más el sistema por temor a perder sus privilegios (Gijsberts, 2002; Szirmai, 1986). Explorar las causas de estas distribuciones merece de estudios en profundidad, pero aprovecharemos estas líneas para aventurar algunas ideas que podrían resultar útiles para futuros análisis.
Una primera posibilidad es que la educación per se contribuya a que las personas reconozcan y evalúen críticamente los niveles de desigualdad económica en el país. Si Stojnic (2014) muestra que la experiencia universitaria puede impactar en los niveles de tolerancia política y otras competencias democráticas, no resulta descabellado anticipar un efecto similar de cualquier curso básico de realidad nacional. Aquí la explicación recaería en un factor básicamente intelectual o reflexivo: las personas reconocen mayores niveles de desigualdad por lecciones aprendidas en las aulas. Si bien no existe un consenso en la academia sobre cuál es un nivel aceptable de desigualdad y mucho menos cuáles son las medidas que se deben de tomar para reducirla, algo que es ampliamente reconocido es que el Perú, así como otros países latinoamericanos, suele encontrarse en el grupo de países con un nivel alto de desigualdad económica. Pero incluso si aceptamos la posibilidad de que el reconocimiento de la desigualdad es el resultado de lo aprendido en las aulas, los modelos estadísticos del reporte de la ENADES muestran que el NSE ejerce un efecto independiente de la educación. Pareciera que la interpretación debe ir más allá de los efectos que pueda ejercer el aprendizaje de contenidos o materiales explícitamente diseñados.
Una vía alternativa o complementaria de explicación de estas correlaciones puede basarse en lo que podríamos denominar un efecto de trayectoria social. Con ello nos referimos a la forma en que las experiencias e interacciones que tienen los individuos con personas de diferentes orígenes sociales moldea la forma en percibimos la desigualdad. Es probable que las personas cuyas trayectorias académicas y profesionales les hayan permitido aproximarse a diferentes condiciones de vida adquieran una mirada alarmada sobre los niveles de desigualdad en el país. Pensemos, por ejemplo, en el enorme segmento de estudiantes universitarios que son los primeros en acceder a la educación superior en sus familias. Incluso considerando la importante segmentación social del sistema educativo peruano (Benavides et al., 2015; Huber y Lamas, 2017), el paso por la universidad podría brindarles la posibilidad de conocer y relacionarse con personas de diferentes orígenes sociales más privilegiados.
Asimismo, la trayectoria profesional que facilita la educación superior incorpora a estos estudiantes a un circuito de espacios y lugares dominados por personas provenientes de hogares más privilegiados. Estos últimos, a su vez, pueden haber tenido una experiencia similar en su trayectoria académica y profesional, tocándose los codos con personas de sectores populares, tanto en la universidad como en los primeros escalafones de la vida profesional. Por ejemplo, Reátegui et al. (2022) muestran que para la clase alta peruana la experiencia universitaria – en estos casos, en un puñado de universidades en Lima – constituye un espacio de encuentro con realidades muy lejanas a los entornos altamente segregados en donde suelen moverse. Incluso cuando la coexistencia en entornos académicos y profesionales no necesariamente lleve a la integración, puede que estos encuentros sirvan como pequeñas lecciones sobre la desigualdad que existe en el país, todo ello a través de reconocer la distancia económica y social de uno en comparación con los demás.
Pero hay que tener precauciones de exagerar un posible efecto de trayectoria en los sectores más acomodados. La literatura sobre privación relativa y grupos de referencia nos muestra que las personas tienden a percibir mejor los ingresos próximos a los suyos y obtener una visión distorsionada de aquellos que se encuentran más lejanos. ¿Sabe acaso un agricultor del sur del país cuánto gana en promedio un ejecutivo en Lima al mes?, ¿este último tiene acaso alguna noción del monto que requiere como mínimo un jornalero para sobrevivir? Resulta poco probable y difícilmente el haber compartido momentáneamente espacios de sociabilidad con cierta horizontalidad – en las aulas, por ejemplo – pueda ser suficiente para propiciar una evaluación más o menos realista de las enormes brechas económicas que los separan. Además, difícilmente el poco o nulo contacto de las personas del NSE D/E con quienes provienen de una situación socioeconómica acomodada sea suficiente para explicar su menor preocupación sobre los niveles de desigualdad del país.
Sin lugar a dudas, estos y otros resultados de la ENADES 2022 deben servir como una invitación a la comunidad de científicos sociales a que asuman con humildad que sabemos muy poco sobre la dimensión subjetiva de la desigualdad, especialmente en los sectores más rezagados de la sociedad. Y solo fomentando más estudios empíricos podremos asumir la tarea de llenar este vacío con rigor.
Referencias
Benavides, M., León, J., Haag, F. y Cueva, S. (2015). «Expansión y diversificación de la educación superior universitaria y su relación con la desigualdad y segregación». En Grade (No. 78). Recuperado de GRADE website: http://www.grade.org.pe/wp-content/uploads/ddt77.pdf
Gijsberts, M. (2002). «The legitimation of income inequality in state-socialist and market societies». Acta Sociologica, 45(4), 269–285. https://doi.org/10.1080/000169902762022860
Huber, L. y Lamas, L. (2017). Deconstruyendo el rombo. Consideraciones sobre la nueva clase media en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
Reátegui, L., Grompone, A. y Rentería, M. (2022). ¿De qué colegio eres? La reproducción de la clase alta en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
Stojnic, L. (2014). «¿Avanzar en la educación superior peruana es suficiente para el desarrollo de actitudes democráticas?: el caso de una muestra de estudiantes en su primera etapa universitaria». En Blanco y Negro, 5(2), 13–19.
Szirmai, A. (1986). Inequality observed . A study of Attitudes towards Income Inequality. Enschede: Febodruk.