[COLUMNA] Aspirantes a fascistas (2), por Martín Tanaka

Lee la columna «Aspirantes a fascistas (2)» escrita por Martín Tanaka, investigador principal del IEP, para el Diario El Comercio ► http://bit.ly/47EdYkM

La semana pasada comentaba cómo, según el historiador argentino Federico Finchelstein, estaríamos asistiendo a una ola autocrática en el planeta, que lleva a que liderazgos populistas se deslicen por una pendiente que conduce nada menos que al fascismo.

Finchelstein no está solo en este razonamiento. En el mes de junio de este año, más de 400 académicos del mundo, que incluyen a 31 ganadores del Premio Nobel, publicaron una carta abierta llamando la atención sobre el peligro de un retorno del fascismo, precisamente cien años después de que Benedetto Croce escribiera en la Italia de Mussolini un manifiesto de intelectuales antifascistas. En 1925, intelectuales italianos como Croce, Luigi Einaudi y Gaetano Mosca se pronunciaron advirtiendo sobre el carácter dogmático, confrontacional y excluyente del fascismo, y llamaron a recuperar la civilidad y las instituciones liberales. En la carta del 2025, intelectuales entre los que se cuentan estudiosos del populismo, del autoritarismo y del extremismo político, como Cas Mudde, Claudia Heiss, Cristóbal Rovira, Donatella Della Porta, Enzo Traverso, Gabriel Vommaro, Larry Diamond, Lucan Way, Manuel Antonio Garretón, Michel Wieviorka, Nadia Urbinati, Philip Pettit, Philippe Schmitter y Steven Levitsky, entre muchos otros, se advierte que “en las últimas dos décadas hemos presenciado una nueva ola de movimientos de extrema derecha, frecuentemente con rasgos claramente fascistas”.

Estos movimientos estarían caracterizados por sus “ataques a las normas y a las instituciones democráticas, nacionalismo fortalecido entrelazado con retórica racista, impulsos autoritarios y agresiones sistemáticas contra los derechos de quienes no encajan en una autoridad tradicional fabricada, basada en la normatividad religiosa, sexual y de género”. Estos movimientos “socavan el Estado de derecho nacional e internacional, atacan la independencia del Poder Judicial, de la prensa, de las instituciones culturales, de la educación superior y de la ciencia; incluso intentan destruir datos esenciales e información científica. Fabrican “hechos alternativos” e inventan “enemigos internos”; convierten preocupaciones de seguridad en armas para consolidar su poder y el del 1% ultrarrico, ofreciendo privilegios a cambio de lealtad”. El manifiesto termina con un llamado a “denunciar y resistir el resurgimiento del fascismo en todas sus formas”.

Este llamado nos conduce a un debate respecto de qué es lo que correspondería hacer. El manifiesto nos pide, debidamente, defender las instituciones democráticas, denunciar los abusos contra los derechos humanos, defender los hechos, fomentar el pensamiento crítico. Todo esto está muy bien, pero la semana pasada comentaba que, según Finchelstein, una de las características del fascismo como propuesta es mirar la realidad desde mitos, dogmas ideológicos y un sentido de misión, por el cual es la realidad la que se adecúa a sus discursos, y no al revés. Como decíamos, “los fascistas no solo mienten, también se creen sus mentiras e intentan convertirlas en realidades”.

La clave pasa por entender los temores, demandas, frustraciones, aspiraciones de los sectores que se pueden dejar seducir por el discurso fascista, y ofrecer soluciones y alternativas democráticas a reclamos que podrían ser legítimos si se canalizaran por caminos institucionales. La pura denuncia y la descalificación de sectores e intereses conservadores podría alimentar una deriva hacia formas políticas extremistas, antes que favorecer su respeto a normas democráticas. Y sería mejor también alejar el debate de confrontaciones puramente ideológicas para centrarlas en la mejora de políticas públicas concretas que atiendan necesidades reales y concretas de los ciudadanos.