Lee la columna «Censo e identidad (2)» escrita por Martín Tanaka, investigador principal del IEP, para el Diario El Comercio ► https://bit.ly/4oy1BfW
Sigo con algunas reflexiones a propósito del censo 2025 y de las preguntas sobre identidad étnica, el peso del “mestizaje” y de otras identidades.
Si miramos al Perú y a América Latina, y nos comparamos con otros estados, encontraremos que la constitución de lo “nacional” y cómo lidiar con la diversidad étnica en un Estado es un tema bastante problemático. Para empezar, la idea del “Estado-nación” resulta en el fondo inviable: todos los países son diversos, y la idea de construir un Estado sobre la base de una sola nación (una sola religión, un solo idioma, un solo grupo étnico, una sola “cultura”) conduce a lógicas bastante excluyentes y a la fragmentación, a estados débiles y pequeños. En extremo es lo que conocemos como “balcanización”.
Proyectos estatales más consistentes condujeron a construir estados nacionales unitarios, pero en medio de la diversidad. La literatura suele mencionar al proceso del Estado francés como un ejemplo emblemático: una autoridad central que por medio del sistema educativo y de la administración pública impuso una identidad francesa sobre grupos étnicos diversos que terminaron aceptando este pacto. Por el contrario, se considera que en Alemania el Estado se asentó sobre una base étnica y cultural diversa, pero con una suerte de identidad común. Reino Unido es una compleja construcción estatal que tuvo que reconocer identidades distintas y dotarlas de cierta autonomía. Estados Unidos, país con pasado colonial e inmigración europea diversa, basó su identidad nacional sobre la base de un proyecto futuro, antes que sobre alguna identidad tradicional o histórica, en una suerte de compromiso entre una autoridad estatal central y cierta autonomía individual y local.
América Latina creó sus estados teniendo como referencia estos modelos, pero terminó acercándose más a Estados Unidos: tuvimos que crear estados surgidos del pasado colonial, con identidades nacionales y étnicas relativamente débiles (al menos comparadas con Europa); donde la tarea era construir estados, y ellos además debían construir identidades nacionales, un poco siguiendo el modelo francés, pero con la precariedad de nuestros estados. A pesar de esa precariedad, nuestros estados tuvieron gran continuidad y estabilidad territorial, a diferencia de otras regiones del mundo (pensar en Europa del este o los estados balcánicos, por ejemplo).
La construcción nacional de estados latinoamericanos giró en torno a proyectos de mestizaje; nuestro problema es que estos tuvieron en su origen un carácter fuertemente discriminador y racista. Algunos estados, como el mexicano posrevolucionario, pusieron más énfasis en reivindicar el pasado indígena, pero en general todos se asentaron sobre la base de proyectos “civilizadores”, donde lo occidental y blanco se asumía como lo moderno y deseable, y lo autóctono e indígena como parte de una tradición de atraso que debía ser asimilada por el proyecto modernizador. Las disputas políticas giraron alrededor de pedidos de integración, antes que separatismos u otro tipo de proyectos nacionales.
Es solo en el tiempo reciente que empezamos a ser colectivamente más conscientes del valor de nuestra diversidad y tradiciones étnicas y culturales, dentro de concepciones de identidad multiculturales, y de la necesidad de repensar nuestro mestizaje. De allí que sea bienvenido el debate sobre los problemas que encierran concepciones excluyentes del mestizaje, recuperar la relevancia de nuestra diversidad étnica y alentar concepciones más incluyentes y democráticas de nuestra identidad.