Lee la columna escrita por Martín Tanaka, investigador principal del IEP, en el diario El Comercio ► https://bit.ly/3KSk83W
Hace un par de semanas se dieron las elecciones al Parlamento europeo, y se ha comentado mucho sobre el crecimiento de los partidos de derecha extremistas donde destacan países como Francia, Italia, Alemania, Hungría, Austria, entre otros. Sin embargo, lo que pone un límite a la expansión de estos grupos es que todavía existe una mayoría que apuesta por el proyecto europeo que congrega a un amplio abanico de actores de derecha, conservadores, liberales, socialdemócratas y de izquierda. Hasta hace algunos años, se hablaba en varios países europeos de la implementación de “cordones sanitarios” para controlar el avance de fuerzas políticas extremistas. Ni las derechas ni las izquierdas pactaban con estos partidos y privilegiaban gestar acuerdos con organizaciones que compartían valores democráticos, republicanos e integracionistas, más allá de sus diferencias ideológicas en otros ámbitos. Si bien en los últimos años los partidos extremistas se han vuelto ya parte insoslayable del escenario político y han dado lugar a pactos con derechas tradicionales, existe una tradición política que facilita el establecimiento de lógicas centrípetas de competencia. Al menos hasta ahora.
Salvando las necesarias distancias, encontramos que tuvimos en nuestro país, en las primeras décadas del siglo, una suerte de consenso en torno del mantenimiento de una economía de mercado, que necesitaba complementarse con una agenda de integración social y con una “segunda generación” de reformas institucionales, donde además la integración al mundo y sus valores resultaban importantes. Había no solo que integrarse a los mercados; también a los consensos internacionales en temas de ambiente, salud, género, educación, derechos humanos, entre otros. La derecha liberal lideraba por encima de la conservadora, y la izquierda progresista por encima de la antisistema.
Pero desde el 2016 empezaron importantes fracturas en el mundo de las derechas. El liberalismo económico empezó a perder posiciones frente a posturas populistas. Al mismo tiempo, posturas conservadoras empezaron a desplazar a las posturas liberales. Los cambios en el fujimorismo son bastante ilustrativos, así como el surgimiento de liderazgos como los de Rafael López Aliaga. O la pérdida de relevancia del socialcristianismo expresado en el Partido Popular Cristiano, frente al avance de posturas católicas más conservadoras y de iglesias evangélicas de ese carácter. En el mundo de la izquierda, apuestas como las de Fuerza Social, el Frente Amplio o el Nuevo Perú terminaron siendo desplazadas por partidos como Perú Libre y liderazgos como los de Pedro Castillo y Vladimir Cerrón, conservadoras en lo valorativo, antisistema en lo político y de gran precariedad programática. El problema es que sectores importantes tanto de la derecha como de la izquierda tradicionales prefirieron acompañar y subordinarse a estos nuevos actores, lo que ha terminado llevándonos al momento actual.
El Congreso en funciones parece expresar bien el predominio de intereses conservadores, informales, populistas, de izquierda y de derecha, que parecen dispuestos a desmontar los pocos avances en reformas institucionales logrados en las últimas décadas. El momento actual y el escenario electoral del 2026 ponen en agenda la necesidad de algún equivalente a la política de “cordones sanitarios” en defensa de valores democráticos.