[COLUMNA] ¿Cuál es la racionalidad de Pedro Castillo? (2), por Martín Tanaka

Lee la columna de nuestro investigador principal, Martín Tanaka, escrita para el diario El Comercio ► https://bit.ly/3GlHYR3

A inicios de octubre del año pasado, escribí un artículo en el que me preguntaba sobre la racionalidad de Pedro Castillo. Algunos expresaban desconcierto ante una conducta percibida como errática, cuando no abiertamente contradictoria, mientras otros creían ver a un político astuto con un proyecto autoritario cuyas contradicciones eran vistas como estrategias de distracción. Decía entonces que, para entender a Castillo, habría que considerar su trayectoria en la izquierda magisterial, en la que combinó un radicalismo discursivo con un pragmatismo extremo, y en la que subordinó el logro de metas sindicales a la construcción de una imagen que le permitiese seguir una carrera política. Creció y se convirtió en figura nacional desde el nicho del radicalismo, y solo al final y a regañadientes aceptó la necesidad de cambiar de discurso y de establecer alianzas que le permitiesen tener una mínima solvencia técnica y política. Al final, decía, Castillo ni renunció a sus bases, ni aceptó del todo la necesidad de nuevas alianzas; y si bien reconoce los límites del grupo con el que se siente más cómodo, tampoco confía en sus nuevos apoyos, por lo que, para tomar decisiones, deja que se produzca una pugna abierta entre los diferentes sectores y decide en última instancia, según la coyuntura, actuando como árbitro de disputas entre facciones.

Visto el escenario pasados ya seis meses del Gobierno de Castillo, ¿qué se podría añadir? Vale la pena volver sobre esta discusión para intentar entender una lógica autodestructiva para los intereses del propio presidente.

Creo que un componente central del radicalismo pragmático mencionado se materializa en la lucha por cuotas o espacios de poder o, puesto de manera más pedestre, por empleos y cargos públicos. El discurso refundacional en contra del neoliberalismo termina asumiendo la forma de la reivindicación del derecho a colocar y a contratar a los más cercanos y leales. El razonamiento mezcla algo de reivindicación (ganamos las elecciones, tenemos derecho; ¿no tienen capacitación suficiente? Otros tampoco la tenían antes) con denuncia política (meritocracia y certificaciones técnicas son lógicas del neoliberalismo o del “caviarismo”). Como se ha comprobado, de esa lógica al “descubrimiento” de prácticas de corrupción o a la evidencia de la pura e insostenible incompetencia, hubo solo un paso.

Pero el reclamo por nombramientos de personajes con experiencia, competencias técnicas o políticas y trayectorias sin cuestionamientos es percibido también como la manifestación de la lucha por el poder, el disfraz con el que la derecha y los “caviares” defienden sus espacios y desde donde boicotean las posibilidades de un “gobierno del pueblo”, por lo que deben ser resistidos. Como hemos comentado, Castillo alcanza a ser consciente de que con sus aliados y personal de confianza más cercanos tampoco las cosas funcionan bien para él, por lo que ha terminado desarrollando un tipo de liderazgo en el que no contenta ni a su entorno magisterial y regional de apoyo inicial más cercano, ni a sus primeros socios de Perú Libre con los que se convirtió en figura nacional, ni a sus aliados de izquierda gracias a los que pudo proyectar una mínima imagen de estabilidad y gobernabilidad, ni qué decir de sectores de Acción Popular y Alianza para el Progreso, cuyo respaldo necesita en el Congreso. Pero, al mismo tiempo, hace de cuando en cuando concesiones a cada uno que le han permitido seguir en el juego. Hoy, sin embargo, la desaprobación a la gestión del presidente se mantiene por encima del 60% desde noviembre y supera a la aprobación en todos los segmentos del país, incluyendo en el ámbito rural, las regiones del sur, la sierra en general, los más pobres y a los que se identifican con la izquierda. Y entre todos sus aliados parece que la paciencia se agotó.

 

La caída del Consejo de Ministros presidido por Mirtha Vásquez debería ser aprovechada como una oportunidad para establecer un rumbo claro, encarnado en personas sin cuestionamientos. Lamentablemente, no hay cómo fundamentar esa expectativa.