[COLUMNA] Decepción normalizada, por Patricia Zárate

Tradicionalmente, la aprobación presidencial suele correlacionarse con una percepción más favorable de las diversas instituciones del Estado. Ocurrió durante el gobierno de Fujimori, en los inicios del mandato de Humala y también durante la pandemia, bajo la gestión de Vizcarra. A mayor aprobación presidencial, las demás instituciones tienden a recibir mejores evaluaciones.

La última encuesta del IEP muestra que la aprobación de la presidenta Boluarte se sitúa en 2,5% y la del Congreso en 3%. Más allá de este dato puntual, encontramos dos diferencias con respecto a lo que ocurría en los primeros años de este siglo. La primera es que, antes, la aprobación del presidente en ejercicio solía ser mayor que la del Congreso. Hoy eso no ocurre, ambos poderes muestran niveles similares de desaprobación, en parte porque este Congreso, en su mayoría, no representa una oposición real a la presidenta, aunque ahora algunos parlamentarios busquen distanciarse de ese vínculo para mejorar sus perspectivas electorales.

La segunda diferencia es que el último presidente electo por voto popular que culminó su mandato fue Ollanta Humala. En los últimos nueve años, solo Pedro Pablo Kuczynski y Pedro Castillo llegaron a la presidencia mediante elecciones directas. Esta inestabilidad ha sido estudiada por diversos autores. Más allá de sus implicancias políticas, puede generar en la ciudadanía una sensación de continuidad indiferente: que la vida sigue, sin importar los cambios en el Congreso, la Fiscalía, la Junta Nacional de Justicia u otras instituciones.

Estos hechos ya no dejan una impresión fuerte, sino que se perciben como parte de una larga lista de decepciones. Incluso puede parecer innecesario saber qué sucede en el plano institucional para continuar con la vida cotidiana. De ahí que no sorprenda el alto porcentaje de personas que desconoce las funciones de la Junta Nacional de Justicia o del Tribunal Constitucional. Como si nada importara realmente, y solo quedara esperar un año más, por unas elecciones que, por ahora, tampoco despiertan entusiasmo.