Lee la columna escrita por nuestro investigador principal, Martín Tanaka, para el Diario el Comercio ► https://bit.ly/3sUUVA5
El 15 de setiembre se celebró el Día Internacional de la Democracia y, en nuestra región, esto coincide con los 45 años del inicio de la ola democratizadora que dio origen al orden político que vivimos hasta la actualidad. Como ha sido comentado por muchos, vivimos un momento particularmente malo en cuanto a la legitimidad de nuestras democracias. Según el Latinobarómetro del 2023, con datos desde 1995, la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia nunca ha sido tan alta, y la preferencia por la democracia y el rechazo a formas autoritarias de gobierno se encuentra en sus niveles más bajos, con lo que va en aumento la tolerancia a respuestas autoritarias que sean eficaces para enfrentar los problemas de la ciudadanía.
Si uno revisa la actualidad de los países de la región, encontrará serios problemas de representación: los ciudadanos no sentimos que nuestros intereses guíen la conducta de nuestras élites políticas. El vacío de representación que dejan partidos políticos y liderazgos desgastados, sin embargo, se llena rápidamente al abrir oportunidades que diferentes actores aprovechan. En algunos casos, liderazgos demagógicos y autoritarios se hacen del poder; en ocasiones, derrumban los límites institucionales e imponen su voluntad; en otras, esos límites y la capacidad de la oposición pueden contrapesar en algo esas amenazas y salvaguardar la democracia. Sería el caso de países como Venezuela, Nicaragua, El Salvador, México o Bolivia. En algunos países, el vacío de representación es tomado por poderosos intereses empresariales; en otros, por redes clientelísticas o por redes criminales e intereses ilegales. En países como Guatemala o Paraguay, la conjunción de esos intereses parece desplazar a mecanismos propiamente democráticos. Y la amenaza de la criminalidad organizada ha llegado a controlar amplios territorios de varios estados en países como Colombia o México.
En el Perú, el vacío de representación de finales de la década de los 80 dio lugar a la aparición de un ‘outsider’ que construyó un régimen autoritario; ahora, otra forma de vacío ha generado oportunidades para que el poder termine poblado por una amplia constelación de intereses informales, algunos con vínculos con intereses abiertamente ilegales, por liderazgos personalistas con pequeños intereses localistas, donde la ideología, los programas y las políticas públicas son poco más que una coartada para implementar los intereses de fondo. Una suerte de captura del Estado “por abajo”, desde los sótanos del aparato público, para bloquear iniciativas de formalización, paralizar procesos judiciales, impulsar políticas populistas y hacer negocios a través de coimas, licitaciones y concursos amañados, contrataciones con proveedores de servicios de allegados. A esto habría que sumarle que estos intereses surgen en contextos en los que imperan culturas más conservadoras y localistas, por lo que se pliegan fácilmente a iniciativas políticas que impulsa la derecha radical o extremista. Todo esto hace que estén en riesgo los pocos pero importantes avances en reforma institucional implementados en los últimos años.
El otro gran problema de nuestras democracias es la creciente polarización y la lógica confrontacional entre nuestras élites políticas. Después de haber intentado en las últimas décadas –sin éxitos sostenibles– políticas tanto de derecha como de izquierda, cunden en los extremos lógicas de transferir la responsabilidad a los adversarios y exculpar las inconductas y errores propios. Se generaliza una lógica de irresponsabilidad y deslealtad, de irrespeto hacia los adversarios y hacia las reglas de juego democráticas elementales. Se pierde de vista que en realidad lo que nos bloquea es la inconsistencia de nuestros esfuerzos, la estrechez de nuestras miras, la incapacidad de pensar en el largo plazo. Un gran problema con esto, en nuestro contexto, es que las fuerzas políticas democráticas no perciben del todo que el enemigo principal no es el adversario ideológico, sino la captura del Estado desde abajo y desde los sótanos a los que he hecho referencia. Ese es el frente de lucha principal en torno del que deberíamos cerrar filas, independientemente de nuestras preferencias ideológicas o programáticas.