[COLUMNA] «¿El fin del fin de la historia? (2)», por Martín Tanaka

Lee la columna «¿El fin del fin de la historia? (2)» escrita por Martín Tanaka, investigador principal del IEP, para el Diario El Comercio ► https://bit.ly/41ixLCD

La semana pasada comentaba sobre la percepción, cada vez más extendida, de que estaríamos viviendo un cambio sustancial del orden político vigente en el mundo en las últimas décadas. Una manera de aquilatar este cambio es remitirse al texto de Francis Fukuyama, de 1989, en el que anunciaba “el fin de la historia”, donde sostenía que estaríamos ante el “punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano”. Estaríamos viviendo el final de esta noción, según su autor, vigente hasta no hace mucho. Y esto no como consecuencia de la aparición o legitimación de alguna forma de gobierno alternativa: ni diferentes formas de autoritarismo ni estados teocráticos tendrían la capacidad de presentarse como mejores opciones. Lo que sí estaría ocurriendo es que valores esenciales de la democracia liberal estarían siendo dejados de lado: la noción de que somos parte de una comunidad política diversa, en la que las diferencias deben ser respetadas, y que los gobiernos deberían buscar representar esa pluralidad. Se hace mayoritaria la percepción de que vivimos un declive, que habría desnudado que la democracia liberal en realidad favorece a un pequeño grupo de privilegiados, y que para que el pueblo recupere su representación necesitaríamos líderes fuertes y dispuestos a “romper las reglas”. En los tiempos actuales, la defensa del pueblo asume la forma de un populismo nacionalista o nativista, excluyente, y la recuperación de una identidad en clave extremadamente conservadora.

El “rompimiento de las reglas” implica enfrentarse a un establishment construido por la élite política, económica, social, cultural, académica, que habría impuesto una lógica progresista, una falsa “corrección política”, y una institucionalidad diseñada precisamente para ser irreformable. Así, la forma de régimen que se insinúa asume la forma de un régimen personalista, que maneja una retórica populista, que defiende una identidad conservadora, todo dentro de la formalidad de una democracia liberal, pero carente de contenido sustantivo. Los adversarios se perciben como enemigos, la negociación como traición, el arrinconamiento a los opositores como práctica legítima, se considera información confiable solamente la que valida las posturas propias, el debate como ocasión para afianzar la fidelidad de los conversos.

Así, si bien fue la izquierda la que tradicionalmente cuestionó el orden liberal, ha terminado apareciendo como parte del mismo, y las fuerzas conservadoras, intocadas en sus intereses económicos fundamentales, pero cuestionadas en sus valores, principios y privilegios, lideran la “rebelión” en contra del establishment, con un discurso atractivo para una ciudadanía crecientemente desencantada con el discurso democrático convencional.