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«El triunfo del discurso», por Roxana Barrantes

En el documental “Chicago Boys”, Rolf Lüders, reconocido economista chileno, afirma que el problema de desigualdad es equivalente a un problema de envidia; el real problema económico es el de pobreza. Esta es una idea compartida por muchos. Me parece que parte de un reconocimiento de que todos somos iguales, por lo menos ante la ley, y que cualquier diferencia, o desigualdad entre las personas, proviene de una característica individual: que si se esfuerzan, que si estudian, que si trabajan; o bien, que si son jóvenes, o mujeres, o emprendedores. Todas estas son características de los individuos y, así, continúa la línea de razonamiento, la acción colectiva, en la forma de políticas públicas, es innecesaria o, por lo menos, de reducida prioridad.

En esta perspectiva, una de las constataciones que más llamó mi atención de los resultados de la ENADES, es la gran mayoría de peruanos (59%) que está de acuerdo con la afirmación “si un pobre trabaja duro, puede llegar a ser rico”, lo que para mí contrasta con el tercio que considera que “todos tienen iguales oportunidades para salir de la pobreza”. ¿En qué quedamos? ¿Si trabajas duro, la haces? O ¿las oportunidades son iguales para todos? Quizá no hay contradicción: si las oportunidades son similares, y todo depende de tu esfuerzo, ¿dónde está la desigualdad como un problema?

Para tratar de responder esta pregunta, veamos las características de este 59%. Viven mayoritariamente en las zonas del país mejor tratadas por las varias décadas de sostenido crecimiento económico -norte, Lima y el oriente-. Además, predominan aquellos que han vivido su juventud y vida adulta con las oportunidades abiertas por el buen desempeño económico: menores de 40 años.

La percepción de la mayoría de peruanos es que se puede llegar a ser rico, siempre que se trabaje duro. Entonces, parecería que el problema de los pobres es que no trabajan duro, siendo el esfuerzo laboral un problema individual. Esta mirada mayoritaria es un logro para quienes quieren dejar de ver los problemas estructurales de nuestras sociedades.

Sin embargo, un 70% de los encuestados está de acuerdo con la afirmación “el Estado tiene que implementar políticas firmes para reducir la desigualdad de ingresos”. Quise mirar cómo estos porcentajes variaban por nivel socioeconómico (NSE): podría ser que los más acomodados (NSE A/B) fueran los menos propensos a reclamar la intervención del estado para superar esta desigualdad. Encontré todo lo contario: en el NSE D/E, que corresponde a peruanos cercanos o por debajo de la línea de pobreza monetaria, es el 18% quienes están en desacuerdo con esta afirmación, mientras que es el 10% en el resto de NSE. Casi uno de cada cinco peruanos pobres, no ven rol para la acción colectiva en esta demanda de reducción de desigualdad.

Para tratar de comprender este dato de la encuesta, veamos ahora las características de las personas que pertenecen al NSE D/E. Predominan ocupados remunerados en trabajos manuales, servicios de baja complejidad o trabajadores del campo. Un tercio de ellos son ocupados no remunerados dedicados básicamente a tareas del hogar. En este NSE, el umbral de ingresos considerado necesario para vivir llega a 2000 soles mensuales, pero casi el 70% de ellos no los alcanza. Consistentemente, se autodefinen como pertenecientes a la clase baja (45%), o a la media baja (41%).

En cuanto a sus percepciones, la proporción de quienes considera que su situación económica actual es mejor que la de sus padres es similar a quienes considera que es igual o peor. Y el 77% considera que la situación económica de sus hijos será mejor que la de ellos, con un optimismo consistente con la percepción de que el esfuerzo puede ser suficiente para llegar a ser rico. Curiosamente, para una mejor situación económica, el NSE D/E mayoritariamente considera que se necesita tener una buena educación (79%), pero no es ahí donde perciben la mayor desigualdad entre peruanos. Resulta interesante que en este NSE predomine la opinión de que las principales industrias deben ser del Estado.

Con todas estas constataciones, no puede dejar de sorprender que, para un tercio de ellos, el nivel de desigualdad en el Perú sea tolerable, lo que se compara con el solo 20% en los niveles A/B.

Es interesante cuando se mira simultáneamente las respuestas de este NSE D/E sobre dos aspectos. El primero corresponde a dónde se percibe la mayor desigualdad entre peruanos: justicia, salud, educación, o acceso al trabajo, es el orden de importancia para el total de la muestra. Para el NSE D/E, el orden es: justicia (81%); salud (66%); acceso al trabajo (59%), y educación (56%).

El segundo aspecto es cuando se pregunta a qué debería dedicar el estado recursos nuevos provenientes de una potencial mayor recaudación tributaria. La respuesta del NSE D/E es a salud (41%) y a educación (27%), que no son las funciones públicas donde se percibe la mayor desigualdad.

La demanda de igualdad es de una minoría, educada, que disfruta de los beneficios del crecimiento económico y que pertenece mayoritariamente a los NSE A/B. Entonces, volviendo a Lüders, la evidencia de la encuesta discrepa con su percepción. Más desigualdad es percibida y menos tolerada con quienes están mejor, y quienes están peor desconfían un poco de que la acción colectiva les pueda ayudar a superar sus dificultades.