Lee la columna escrita por nuestra investigadora principal, Roxana Barrantes, para Juego de Caigua► https://bit.ly/3ILLMyQ
Cuidar y sanar enfermos y enterrar a los muertos son dos de los marcadores utilizados por arqueólogos, paleontólogos y demás profesionales, como el reciente premio Nobel de Medicina Svante Pääbo, cuando encuentra restos óseos para identificarlos como humanos. Sea a nivel familiar o hasta el más complejo de un grupo de la época moderna, cuidar a quien lo necesita es una característica de nuestra humanidad.
Luego de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial, los líderes de las potencias vencedoras comprendieron que era necesario establecer un conjunto de organizaciones que brindaran bienes públicos globales: el sistema de Naciones Unidas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y otras más. Sobre su importancia, me permito recordarles mi jugo licuado el 15 de marzo pasado.
Entre los bienes públicos globales en los que estamos inmersos se encuentran los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El antecedente de estos fueron los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), acordados por la Asamblea General (AG) de las Naciones Unidas para canalizar buena parte de la ayuda al desarrollo de los países más ricos hacia los pobres. El horizonte temporal fue de 15 años (2000-2015) y las metas resultaron básicamente cumplidas. Es muy importante notar que, a pesar de la crisis financiera del 2008-2009, este periodo coincidió con una gran expansión económica global.
Vistos los resultados del esfuerzo de los ODM, la AG acordó un nuevo conjunto de metas de desarrollo, pero esta vez para todos los países, no solo para los más pobres, y que, además, incluyera el ecosistema como soporte de la vida en el planeta. Así surgieron en 2015 los ODS, y pasamos de ocho a 17 objetivos por lograr —también en un plazo de 15 años— a 2030.
Estos 17 son lo suficientemente amplios en su formulación como para comprehender 231 indicadores de seguimiento. Sí, ha leído bien: 231. Sucede que cada país tiene la responsabilidad de emitir un informe anual de avances sobre los indicadores que está monitoreando, y demás está decir que no todos calculan los 231 o cumplen con emitir sus informes. La pandemia empeoró las cosas, por cierto. No debería sorprendernos que Naciones Unidas tenga un sistema público para el seguimiento de los indicadores con información abierta de 210 de estos.
El Ceplan es la entidad encargada de emitir dicho reporte en nuestro país. El último publicado corresponde a mayo de 2020, y en su carátula podemos leer que se trata de una ‘Versión sin editar’. Son comprensibles las dificultades enfrentadas durante la crisis sanitaria para cumplir con todas nuestras obligaciones internacionales, pero, a estas alturas de 2023, ya sería tiempo de contar con un nuevo informe que nos permitiera dimensionar la magnitud del esfuerzo pendiente para alcanzar los objetivos a 2030.
De estos 231 indicadores, 11 corresponden a la calidad de vida de las personas con discapacidad (PCD) y como desagregación de un indicador más comprehensivo. Por ejemplo, se hace seguimiento a la tasa de desempleo (indicador 8.5.2), desglosada por sexo, edad y PCD. Y así como con otros objetivos, es el desglose lo que permite contar con una aproximación numérica a la situación de las PCD.
¿Cuáles de estos 11 indicadores es reportado por nuestro país en los informes de seguimiento? En este último, de 2020, ninguno. Consultada la base de datos de Naciones Unidas aparecen valores de los indicadores pero que solo nos llevan a dudas. Por ejemplo, la tasa de desempleo entre las personas con discapacidad se reportó a un nivel de 5,1% en el año 2021, lo que quiere decir que el 95% de las PCD estarían empleadas. Si esto fuera cierto, sería innecesario pensar en leyes especiales para promover el empleo de las PCD.
El Ceplan emite el reporte, pero me pregunto quién se encarga de remitir cifras actualizadas por indicador que alimenten el sistema de datos de las Naciones Unidas.
El hecho de que, en el informe del 2020, ningún indicador esté desagregado para las PCD, o que aquellos existentes en la base de datos de la ONU no sean confiables, nos da precisamente un indicador de la escasa prioridad que la atención a las PCD tiene en nuestras políticas públicas. ¿Reflejo de nuestras calidades humanas como sociedad?