Lee la columna «José Mujica (1935-2025)» escrita por Martín Tanaka, investigador principal del IEP, para el Diario El Comercio ► https://bit.ly/43kANG9
El 13 de mayo pasado, falleció el expresidente uruguayo José Mujica; tuvo un entierro multitudinario y recibió muestras de afecto y reconocimiento no solo de los suyos, del partido gobernante, también de sus adversarios políticos. Desde nuestro país puede llamar la atención el aprecio y respeto tan sentidos y tan amplios que despertó una figura como la de Mujica. Tenemos bastante que reflexionar y aprender de esta experiencia. El 13 de mayo pasado, falleció el expresidente uruguayo José Mujica; tuvo un entierro multitudinario y recibió muestras de afecto y reconocimiento no solo de los suyos, del partido gobernante, también de sus adversarios políticos. Desde nuestro país puede llamar la atención el aprecio y respeto tan sentidos y tan amplios que despertó una figura como la de Mujica. Tenemos bastante que reflexionar y aprender de esta experiencia.
Mujica, en los años sesenta y setenta, formó parte del Movimiento Tupamaros. Como en toda América Latina, también en Uruguay surgieron iniciativas guerrilleras, pese a su tradición democrática. El bipartidismo histórico parecía muy cerrado y conservador para la izquierda insurgente. Mujica, como parte de Tupamaros, participó en acciones como asaltos, secuestros y enfrentamientos con la policía. Fue encarcelado y fue parte de fugas de prisión que podrían calificarse como cinematográficas. Fue detenido finalmente en 1972 y padeció los horrores de la dictadura militar (1973-1985). Sufrió torturas y tratos crueles durante buena parte de los 13 años que pasó en prisión. Al restablecerse la democracia, los tupamaros renunciaron a la vía armada y fueron beneficiados de una ley de amnistía.
Retrospectivamente, podría juzgarse la experiencia de los tupamaros como temeraria e irresponsable, y su derrota política y militar inevitable. Pero dentro del universo de la izquierda, las acciones que protagonizó le dieron un aura y una estatura incuestionables. Se comprometió con una causa, asumió sus riesgos y pagó sus consecuencias con entereza. Al mismo tiempo, su condición de víctima de la dictadura, su resistencia y la manera en que procesó esa experiencia le valieron el reconocimiento de otros sectores, que valoraron su conversión a un credo democrático, y su discurso con énfasis en la reconciliación y el diálogo con sus adversarios.
Más adelante, Mujica fue protagonista de la construcción del Movimiento de Participación Popular y del Frente Amplio, fue elegido diputado y luego senador, y fue parte del proceso que permitió que la izquierda alcanzara el poder nacional en el 2004 con Tabaré Vázquez, y que gobernara hasta el 2019, con el gobierno de Mujica en el medio (2010-2015), y que volviera al poder en el 2024 con el presidente Orsi.
Como presidente, cabe resaltar su pragmatismo y realismo político. No fue ciertamente un gran gestor público, pero el personaje en el que se convirtió, un político de larga trayectoria y compromiso partidario, pero absolutamente atípico frente a la clase política, le permitió representar a buena parte de los uruguayos. Y luego de su paso por la presidencia, su opción por asumir el papel de una suerte de militante de base consolidó su reputación y reconocimiento nacional e internacional.
Mujica nunca fue un ideólogo, y su convicción por el socialismo, después de la derrota de la estrategia insurreccional y de pasar por las limitaciones inevitables de la gestión pública y de los procedimientos democráticos, devino en una suerte de humanismo de izquierda, que criticaba al capitalismo y a la sociedad de consumo, y reivindicaba la solidaridad, la austeridad, la construcción de un destino común sostenible en el planeta. Desde la credibilidad que le daban su trayectoria política y su estilo de vida, logró conectar con el ciudadano común y con muchos jóvenes, quienes veían en Mujica un “verdadero político”, dedicado al servicio, con sus aciertos y errores, y no sacando provecho de la política.