El ex presidente Vizcarra, termina su mandato con 77% de aprobación. Lo paradójico, es que este aumento de aprobación se ha dado gracias al Congreso que lo vacó. Vizcarra había visto el descenso de su aprobación (56% en agosto, aunque seguía siendo alta) y desde el primer pedido de vacancia dicha aprobación comenzó a subir. Llegó a 60% en octubre y terminó en 77% en noviembre. Ni su manejo de la pandemia ni su gestión de gobierno avalaban estas cifras. Sin embargo, Vizcarra construyó buena parte de su imagen a partir de su enfrentamiento con el Congreso, ese poder del Estado rechazado por muchos.
Un Congreso es necesario para el funcionamiento de la democracia representativa y el equilibrio de poderes, pero aquí justamente está el problema. El Congreso no se miró a sí mismo y su alta desaprobación, pensó que con actos populistas o demagógicos podría granjearse la popularidad tan deseada. Sin embargo, no se defiende lo que no se quiere y ahí está el mayor entrampamiento: la crisis de representatividad.
Los partidos existentes se pueden adaptar, con reticencias quizás, a diversas reformas, pero eso no cambiará que la mayor parte de la ciudadanía no se sienta representada por ellos. En la última encuesta del IEP 65% no menciona ningún partido que lo represente y si a ello aumentamos a quienes mencionan partidos inexistentes (como el partido de M. Vizcarra u otros por el estilo) podríamos llegar a 70%. Ése es el problema y está en manos de la ciudadanía hacer algo al respecto.
Columna publicada en La República, 19 de noviembre de 2020