[COLUMNA] «La batalla cultural (2)», por Martín Tanaka

Lee la columna «Batalla cultural» escrita por Martín Tanaka, investigador principal del IEP, para el Diario El Comercio ► https://bit.ly/4js0LyZ

La semana pasada comentaba cómo ante el desgaste de un sentido común progresista ha emergido una nueva derecha no solo movilizada en torno a la defensa de sus intereses materiales, sino, fundamentalmente, de sus valores. Hasta ahí suena razonable. El problema es que esta nueva derecha plantea esa defensa en términos bélicos, de una “batalla” en la que se trata de generar identidad mediante el recurso de construir un “enemigo” con el que no se puede conciliar, por lo que correspondería “destruirlo”. Hay, además, una lógica populista en la que un campo se presenta como el de la familia, la tradición, la patria, los valores, la civilización y el enemigo aparece representando valores extranjerizantes, imposiciones externas que atentan contra la esencia de la nación. Todo esto, paradójicamente, en un contexto en el que los valores democráticos y progresistas están en declive, así como la fortaleza y relevancia política de las fuerzas políticas de izquierda. Se ha construido artificiosamente, entonces, un enemigo en el que gobiernos y partidos políticos de izquierda o de centro, organizaciones de la sociedad civil, universidades, entre otros, serían parte de un gran complot internacional minuciosamente coordinado, donde se buscaría imponer la hegemonía cultural de valores “cuestionables” como la lucha contra la discriminación sexual, racial, de género, la reivindicación de la diversidad cultural, o la defensa de la naturaleza y del medio ambiente, como paso previo para implantar regímenes totalitarios. De allí que se asuma que la respuesta tenga que ser “igualmente” agresiva.

En algunos contextos, como en Estados Unidos, se sostiene que la reacción conservadora sería una suerte de respuesta ante el avance y algunos excesos de la “corrección política” liberal y del movimiento ‘woke’. Sin embargo, en América Latina, tal cosa apenas llegó a nuestras latitudes. En nuestros lares, más bien, los avances de los valores progresistas son excepciones y está bastante extendida la vigencia de “tradiciones” patriarcales, excluyentes y discriminadoras. La ofensiva conservadora en nuestro medio se da cuando ya terminó el “giro a la izquierda” ocurrido entre finales del siglo pasado y hasta el 2016, aproximadamente, si consideramos como hitos la primera elección de Hugo Chávez en Venezuela y la destitución de Dilma Rousseff en Brasil. Nuestra tradición es otra, de confrontaciones políticas de corte más ideológico y político: socialismo-capitalismo, aprismo-antiaprismo, fujimorismo-antifujimorismo.

Desde hace algún tiempo tenemos muestras de esta “batalla cultural” en nuestro medio. Desde las acciones de colectivos como La Resistencia hasta Con mis Hijos no te Metas. Últimamente, diversas controversias ilustran el costo de entender el debate público como batalla y no como un espacio de diálogo mínimamente racional. Por ejemplo, la reciente controversia sobre la presentación de una obra de teatro, producto de un trabajo de estudiantes de la Universidad Católica, y su carácter “ofensivo” para los valores de la Iglesia, o reacciones frente a las sanciones impuestas contra el exarzobispo de Lima Juan Luis Cipriani. La ofensiva que buscó la censura de la primera y la defensa cerrada del segundo muestran cómo entre algunos prima el interés ideológico muy por encima del recojo de información y de la evaluación de las evidencias disponibles para emitir juicios con fundamento. Mucho peor si instituciones públicas como la Defensoría del Pueblo, el Ministerio de Cultura y el Congreso de la República se prestan a ese juego.