Lee la columna de Paolo Sosa, investigador del IEP, para el Diario El Comercio► https://bit.ly/3eU2wpx
El último reporte del proyecto Variedades de la Democracia (V-Dem) confirma una tendencia desalentadora: no solo hay cada vez más países en proceso de autocratización, sino que la calidad de la democracia experimentada por el ciudadano promedio en el mundo ha disminuido hasta niveles solo observados alrededor de 1990. En pocas palabras, la democratización global no solo se ha detenido, sino que ha empezado a retroceder. Y este proceso incluye países miembros del grupo de aquellos industrializados y emergentes (G20) como India y Brasil.
Hoy, 60% de la población mundial vive bajo un régimen autoritario, siendo los “autoritarismos electorales” –aquellos donde se celebran elecciones, pero como meras fachadas– los regímenes autocráticos más comunes. Más aún, 25 países transitan un camino claro hacia el autoritarismo. Aunque parece relativamente poco, dichos países representan el 34% de la población global; solamente el 14% vive bajo una democracia liberal.
De acuerdo con el reporte, la erosión democrática sigue un patrón: la polarización es azuzada hasta llegar a un punto en el que todo vale con tal de eliminar al “enemigo”. Esto incluye la difusión de información falsa para destruir rivales políticos, ataques a organizaciones de la sociedad civil y medios independientes, todo en una espiral que suele terminar con el ataque final a las instituciones formales que constituyen una democracia.
En un escenario de este tipo, la evidencia comparada sugiere que los principios liberales son la principal víctima en el ataque de los aprendices de dictador. Sin embargo, lo primero que se ha erosionado en un país que se autocratiza gradualmente es el componente deliberativo. Este implica el reconocimiento de voces distintas y la vocación por la búsqueda de consensos más allá de los colores políticos y los intereses de corto plazo. La muerte lenta de la democracia suele empezar con el ahogamiento del pluralismo.
Dentro de esta tendencia global, la pandemia auguraba un recrudecimiento del autoritarismo. La emergencia sanitaria ha requerido que los gobiernos introduzcan medidas restrictivas sobre derechos y libertades elementales. Estas no solo eran necesarias, sino también toleradas por la comunidad internacional dada la severidad de la crisis. En dichas circunstancias, la tentación autoritaria era altísima: una oportunidad de lujo para silenciar a los medios, eliminar a la oposición y atornillarse en el poder.
En efecto, dos tercios de los gobiernos introdujeron restricciones a medios de comunicación, mientras que un tercio introdujo estados de emergencia temporalmente ilimitados. Sin embargo, el reporte de V-Dem revela que el efecto de la pandemia en la democracia no ha sido tan agresivo en el corto plazo. La tendencia fue relativamente clara: la mayor parte de gobiernos democráticos usaron estas medidas responsablemente, mientras que más de la mitad de las autocracias aprovecharon la discrecionalidad pandémica para violar derechos y libertades. Sin embargo, los efectos de largo plazo de estas medidas están aún por ser observados.
Esta historia resuena claramente con lo que hemos vivido recientemente. Al inicio de la pandemia, Perú tenía todos los ingredientes para unirse a la tendencia autoritaria: un presidente popular que gobernaba sin Congreso instalado, instituciones democráticas desprestigiadas y una ciudadanía dispuesta a sacrificar libertades para la solución de amenazas existenciales como la inseguridad. La emergencia, sin embargo, no fue aprovechada para concentrar poder; la irresponsabilidad vino del Parlamento y nos puso a un pelo de unirnos a la tendencia global. Fue la movilización ciudadana la que nos sacó, casi moribundos, de ser arrastrados por la corriente autoritaria.
No obstante, la amenaza continúa. Nuestra clase política está sumida en una guerra que ha convertido al equilibrio de poderes en mero asedio político. El saldo es un incremento en el desprestigio de las instituciones democráticas y una mayor desafección ciudadana con la política, cada vez más polarizada. Los datos de V-Dem muestran que, a diferencia de otros componentes, el índice deliberativo se ha reducido consistentemente en Perú desde la última transición.
En este contexto, las elecciones a celebrarse en un mes son importantísimas, pero también lo es prepararse para la posibilidad un nuevo quinquenio de inestabilidad. No solo se han agudizado los problemas internos, sino que el ambiente internacional, donde campean populismos de izquierda y derecha, es cada vez menos capaz de contener el surgimiento de un líder autoritario. Nuestra democracia está en peligro.