Lee la columna escrita por Carlos Contreras, investigador principal del IEP, en el diario El Comercio ► https://bit.ly/4bg3xTh
Las memorias presidenciales suelen ser un documento valioso para la reflexión sobre los destinos y desafíos que encara una nación. Haber estado por unos años en el vértice más elevado del poder del Estado brinda a la persona una perspectiva amplia sobre los problemas nacionales y las posibilidades del país en la escena regional y mundial, que debería prestarse para un raciocinio sustancioso sobre su naturaleza y cómo afrontarlos.
Por falta de ánimo o de capacidad, en el Perú pocos expresidentes han llegado a publicarlas. Del siglo XIX nos quedaron solo las de José Rufino Echenique, y de la primera mitad del siglo XX, el folleto “Yo tirano, yo ladrón”, de Augusto B. Leguía. Ahora, sin embargo, la tendencia parece cambiar. En el 2018 se publicó una larga entrevista al expresidente Francisco Morales Bermúdez, llevada a cabo por Federico Prieto Celi, bajo el título de “Testamento político”; al año siguiente aparecieron, póstumamente, las “Metamemorias”, de Alan García, y acaban de aparecer dos tomos de “La palabra del Chino”, que serían solo la primera parte de unas memorias de Alberto Fujimori (AF) que promete entregar cuatro tomos más.
“La palabra del Chino” comenzó a escribirse mientras Fujimori pasaba sus días en el penal de Barbadillo, y contó con la colaboración de Víctor Paredes y Ricardo Rivera. El detalle de estar escrito en tercera persona (“El presidente parecía incansable”) despoja al texto de la intimidad o calidez que suelen caracterizar a unas memorias; lo que se compensa por referencias muy personales de su biografía. La primera parte reseña la vida de AF y sus padres, hasta que ganó la presidencia en 1990. Sigue después un minucioso relato, casi podríamos decir día a día, de su gestión en el poder. Fujimori, o sus colaboradores, deben conservar una agenda de la década de 1990 que les ha permitido reconstruir los múltiples viajes e inauguración de obras que hizo dentro del país, así como los temas que abordó en sus discursos en eventos nacionales e internacionales. Este pormenorizado relato puede ser útil para los estudiosos de la historia contemporánea, pero hace que el texto se vuelva extenso y, por momentos, repetitivo.
La parte biográfica trae datos interesantes de la niñez y juventud de AF, y recrea la vida de la colonia japonesa en Lima. Su familia debió soportar la campaña contra ella que se desató desde los años 30. Días después del saqueo de los negocios de los japoneses del 13 de mayo de 1940, el taller de reencauche de llantas que el padre tenía en la Av. Grau fue expropiado por el gobierno, y la escuela a la que asistía fue clausurada. La familia, empero, logró salir adelante con la venta de flores y de huevos de granja. El joven Alberto pudo terminar sus estudios en la GUE Alfonso Ugarte y, posteriormente, ingresar a la Universidad Nacional Agraria.
El libro, sin embargo, trata muy escuetamente algunas partes, digamos, controvertidas de su gestión presidencial, como la relación con el asesor Vladimiro Montesinos o los crímenes por los que fue condenado por “autoría mediata” de Barrios Altos y La Cantuta. Se anuncia que tales temas serán abordados en un tomo especial, dedicado a los temas judiciales del expresidente.
Con la reserva de que se trata de un testimonio de parte, estas memorias pueden ser útiles para caracterizar políticamente al fujimorismo. Para AF, la democracia se valida solo si logra resolver los problemas inmediatos de la mayoría de la población. En el Perú de inicios de los años 90, tales problemas eran el terrorismo, la hiperinflación y la falta de condiciones elementales de vida para casi la mitad de los habitantes. Justifica el autogolpe del 92 porque, para el autor, era la manera más eficaz de enfrentarlos.
Se trata de una postura, desde luego, discutible. Una polémica para la que los dos tomos hasta ahora entregados por AF pueden ser de utilidad.