Lee la columna «Mario Vargas Llosa (1936-2025)» escrita por Martín Tanaka, investigador principal del IEP, para el Diario El Comercio ► https://bit.ly/44p0rf6
Inevitable comentar sobre el fallecimiento de Mario Vargas Llosa, imposible poder abordar las facetas “de una vida larga, múltiple y fructífera”, como ha sido calificada con acierto por sus hijos al comunicar su deceso. Acaso por esta razón muchos abordan sus comentarios poniéndose en el centro, y desde allí marcan coincidencias y cercanías, o discrepancias y distancias, o abordan aspectos o períodos de su producción y relegan otras. Hacer estas disecciones al mirar la obra y el legado de esta persona, a mi juicio, empobrece su figura.
A mí lo que más me impresiona de MVLl es lo ambiciosa, vasta, arriesgada, que fue su aventura intelectual. Aventura que nos marcó profundamente, porque el tamaño de la obra de MVLl fue tal que en cierto modo se convirtió en el referente, el telón de fondo, frente al cual todos transcurríamos. Y a pesar de su tamaño podíamos aspirar a sentirlo cercano, porque siendo universal siempre fue profundamente peruano, y porque siempre reivindicó no solo el inalcanzable genio y talento, sino también el trabajo duro, la disciplina, la perseverancia para afrontar adversidades como filosofía y método.
A mi generación le tocó conocer a MVLl cuando ya era un autor ampliamente consagrado. Cuando empecé a interesarme seriamente en lo que pasaba en el país y en el mundo, a finales de la década de los años 70 e inicios de los 80, MVLl era casi inevitablemente el camino de iniciación al mundo de lo público. No era entonces solamente el autor de monumentos como “La ciudad y los perros” (1963), “La Casa Verde” (1966) y “Conversación en La Catedral” (1969). Era también el conductor de “La torre de Babel”, donde entrevistaba a Jorge Luis Borges, a Cantinflas o a Corín Tellado. En televisión pudimos ver también la transmisión de sus primeras obras de teatro. Era también el frustrado director, guionista y actor de cine de “Pantaleón y las visitadoras”. Era también el escritor de columnas periodísticas en “Caretas” y El Comercio, donde comentaba sobre autores como Jean François Revel o Raymond Aron, pero también reseñaba los partidos del Mundial de España 1982, o nos contaba de su rutina de ‘jogging’. A inicios de 1983, cuando el país quedó conmocionado por los asesinatos del caso Uchuraccay, MVLl aceptó el complicadísimo encargo de encabezar una comisión investigadora para esclarecer los hechos.
La imagen con la que me quedé, y que no hice sino ratificar desde entonces, fue la de un intelectual inquieto, omnívoro, comprometido, arriesgado. Podría haberse evitado complicaciones, pero a lo largo de su trayectoria no hizo sino tomar riesgos y dar la contra a lo que cierto sentido común le podría haber indicado. Rompiendo con su inicial identidad de izquierda, manteniéndose liberal en la derecha, yendo muchas veces “contra viento y marea”. Me impresiona especialmente cómo siendo muy peruano se lanzó a escribir novelas impresionantes sobre la rebelión de Canudos en Brasil (1981), sobre la dictadura de Trujillo en República Dominicana (2000) o la caída de Jacobo Arbenz en Guatemala (2019) o grandes reportajes sobre la invasión de Iraq (2003) o el conflicto entre Israel y Palestina (2006), para terminar volviendo a los orígenes, con una novela dedicada al vals criollo (2023). Su obra es de proporciones enormes, y revisitarla nos permitirá mantener su presencia.