Lee la columna escrita por nuestra investigadora principal, Roxana Barrantes, para Jugo de Caigua► https://bit.ly/3Atqt0A
¿Podemos ser líderes ambientales y mineros a la vez?
Hace una semana participé en el XIV Congreso Nacional de Minería, titulado para lo ocasión ‘Minería sostenible, oportunidad para todos’. Se realizó en el local de Tecsup de Trujillo y fue organizado por el Colegio de Ingenieros.
Muchas personas consideran que se trata de un oxímoron apellidar la minería ‘sostenible’. Y la verdad es que podemos abrir varias avenidas de discusión. Por ejemplo, la misma palabra sostenibilidad contiene distintas dimensiones: puede ser social, o económica, o ambiental, o directamente vinculada con los ecosistemas. Otra línea de polémica concierne a cuán intensiva en recursos mineros puede ser una economía o una sociedad. Sobre esto, es importante notar que hasta para transitar y disfrutar de energías limpias vamos a requerir minerales, por lo que no tenemos otra salida todavía: debemos confiar en que una minería sostenible sea factible en el planeta.
Prefiero ponerme del lado optimista en la discusión sobre la sostenibilidad minera. Esta toma de posición no se trata solo de un acto de fe o de la inspiración que surge de una utopía. Sustento mi optimismo en la confianza en los esfuerzos de investigación y creación de conocimiento por parte de los seres humanos para llevar adelante operaciones mineras con mínimo impacto ambiental negativo o, si lo hubiera, con una gestión eficiente de este.
Aquí nuevamente surgen por lo menos dos asuntos para discutir. Primero, tenemos que pensar de dónde sacar los recursos financieros para generar ese conocimiento nuevo y que dé prioridad a la dimensión ambiental de la sostenibilidad con nuevas técnicas limpias. Siempre que surge la cantaleta de que “faltan recursos para la investigación y el desarrollo”, recuerdo que la propia minería le brinda ingentes dineros a las universidades públicas ubicadas en los departamentos donde se realiza actividad extractiva.
¿Cómo así? Pues porque un porcentaje del canon se distribuye a estas instituciones de educación superior. No quiero mencionar departamentos específicos —ni que me declaren persona non grata en algunos de los lugares más hermosos del Perú— pero, si examinamos aquellos que han recibido mayores montos por canon en los últimos 15 años, podemos llegar rápidamente a saber cuáles son las universidades que, a su vez, han captado más plata. Con ese dato van tres preguntas: ¿cómo están ahora esas universidades en cuanto a su clasificación internacional de calidad? ¿Cuál es el número de patentes que han registrado? ¿Cuál es el emprendimiento exitoso de determinada facultad y su centro de investigación en asociación con el sector privado minero de la región?
El segundo asunto para discutir corresponde a un dilema que tienen varias industrias, no solo la minera. Tecnologías más limpias y más consistentes con la sostenibilidad ambiental suelen depender muchísimo de capital y conocimiento, y menos de mano de obra poco calificada. ¿Y cuál es el problema?, se preguntará. Pues que la mayor tecnificación de la operación minera involucrará menos trabajadores locales o de calificación baja, los que abundan en nuestro país. Así, mayor valor agregado local se genera con capital y conocimiento traídos de fuera de la localidad, aislando más las operaciones mineras de la dinámica del territorio donde están los yacimientos. Sin mecanismos efectivos de redistribución local, lo que pasa a ser cuestionado es la sostenibilidad social: ¿cómo convivir con operaciones altamente disruptivas del entorno y que generan gran valor a la sociedad sin que este llegue efectivamente a cada persona?
Solo un par de temas alrededor de la ‘minería sostenible’ me permiten compartir con usted parte de los dilemas que me preocupan sobre cómo aprovechar la gran riqueza minera que posee nuestro país para beneficio de todas y todos.